iente, difama, calumnia, echa a rodar el bulo malicioso, que algo o mucho queda, sobre todo si estás convencido de que tu público, tus secuaces, tus votantes es eso lo que esperan y no otra cosa. Les decepcionarías si no les ofrecieras basura para rumiar.
Lo que circula a todo trapo no son fakes, son mentiras y sobre esas mentiras se está construyendo, desde hace tiempo, la vida pública española. Porque dulcificar con el cartelito anglosajón fake las patrañas rebuscadas no es de recibo, como si con eso se quisiera decir que solo se trata de un juego, de un sobrentendido, de una variante de la verdad, teniendo como se tiene un preciso surtido de sinónimos para Mentira, con todas las letras. Un estado de falsedad dolosa continuada e intensa que está calando en el tejido social como forma de vida. Pensar lo contrario es una ingenuidad. Unos mienten a sabiendas, con intención de hacer daño, otros lo hacen convencidos de que sus patrañas, que no bulos, son poco menos que verdad revelada y los convierten en paladines de la verdad y el camino recto.
No es un bulo ni una falsedad que un figurón de la derecha haya sido condenado por sentencia del Tribunal Supremo a pagar lo que no quería pagar, y santas pascuas; ni lo es que su esposa firmara proyectos de arquitectura sin tener la titulación necesaria... otra cosa es que fiscalía y colegio profesional del ramo le hayan echado el preceptivo capote corporativo y sectario, que no pasa de ser sino una más de las formas de vida nacionales.
No es un bulo el fallecimiento por falta de atención y cuidados adecuados de algunos miles de ancianos recluidos en residencias madrileñas durante lo más crudo de la pandemia bajo la responsabilidad directa del gobierno regional del PP, documentada y en directo admitida, pero sí son patrañas rebuscadas las que encubren este hecho y una indecencia por parte de la fiscalía la negativa a investigar hechos criminales silenciados hasta por las cabezas urdientes más que pensantes, de quienes apoyan desde sus palestras de lujo esa forma de gobernar.
En cambio sí es una patraña dolosa plenamente difamatoria armar una camorra en torno al ex vicepresidente Pablo Iglesias a sabiendas de que es falso lo que se dice; y lo es la ducha de mierda que cae de continuo sobre Irene Montero. No importa, cuenta mucho la firma de lujo de quien miente y acusa. No se trata de opiniones, ni políticas ni alcantarilleras, sino de patrañas lanzadas con intención de dañar a la persona en lo público y en lo privado, con el objetivo de alcanzar ventajas (públicas y privadas). Tampoco es un juego, sino una expresión de lo podrido que está ya el tejido social o la parte, importante, de sus miembros que actúan a modo de público alborotado de ese siniestro espectáculo y piden más y más y más y mucho más. Y lo obtienen alejando de sí el tremendo peligro de poner en duda lo que se recibe. Los medios justifican plenamente el fin, en lo público y en lo privado, donde entra en juego las deshonestidades profesionales, por ejemplo.
Desde los medios de comunicación afines a la derecha reaccionaria y desde los propios puestos parlamentarios se ve que la táctica continua de acoso y derribo al Gobierno es la mentira descarada y el retorcer y tergiversar lo que se dice para poder acusar en falso, como sucede con el ministro Garzón y sus declaraciones a propósito de las muy contaminantes macrogranjas de ganado, nada que ver con lo que ahora mismo hacen los ganaderos en nuestros pueblos. De lo que se trata es de emponzoñar a estos y ponerlos en pie de guerra con un pretexto falaz.
Lo público no es ya una cuestión de hechos probados, sino de fe de corte religioso, y sus administradores, tipo la maliciosa majadera de la IDA, gozan de infalibilidad papal en esta nueva religión del culto a la mentira. Retorcer lo dicho a la manera en la que los ya muy mentados magistrados habituales retuercen leyes para obtener lo que pretenden por encima de todo sistema probatorio, admitiendo como fe pública lo que a todas luces es una patraña urdida con intención de dañar. Una extraña forma de vida española.