emos celebrado las fiestas en familia, menos familia que otros años, pero ya estamos entrenados y no nos enfadamos. Aunque sí discutimos, a pesar de estar vacunados. Según pasan los años descubres que nada es gratis y aceptas que tu modo de actuar en la sociedad puede ser distinto, significa que, queriendo o sin querer, van a ser discriminados. Me asusta cómo se están radicalizando las posturas respecto a un virus que no tenemos ni idea de su tamaño, pero, por las consecuencias, parece ser grandísimo.
Hace tiempo que me vacuné sin cuestionar su bondad o ineficacia. Quería vacunarme. Era lo oportuno y lo necesario. Después, he visto que miembros de mi familia se contagiaban del covid habiéndose vacunado. ¿Qué hay de verdad en la inmunidad? Se habla de la obligación, pero no de la libertad del que no acepta vacunarse. ¿Qué diferencia hay entre unos y otros? Escasa. Todos estamos en la recta de salida con dorsal o sin dorsal. Igualmente pueden llegar a la meta, los marcados con el logotipo de carrera y los que optan por no llevarlo porque les da la gana. El problema es que vivir es insufrible para los desobedientes de la orden que, curiosamente, no tiene carácter obligatorio. En la Constitución no se recoge ese mandamiento de obedecer siempre al que manda. Para obligar a todos a vacunarse tendría que hacerse por ley orgánica al afectar a los derechos individuales. Sería necesario cambiar la ley y aplicar el estado de excepción que limita los derechos y libertades. En el tema de la vacuna del covid hay una responsabilidad, no obligación. Yo me he vacunado y me volvería a vacunar mil veces, pero acepto al que no quiera vacunarse.
La Navidad está con nosotros y se ha colado en nuestra mesa un invitado con el que no contábamos. Este año los temas políticos y religiosos (eterno tabú en mesas festivas) van a ser sustituidos por el virus que nos ha hecho extrañamente intransigentes. Políticamente correcto es tener el pasaporte covid, como un salvoconducto de buena voluntad. Creo que -es una percepción reciente- la libertad es también vacunarse o no. Hay muchos vacunados que se contagian, aunque es cierto (eso dicen) que la enfermedad es más leve, como un constipado o una gripe.
En fin, este tema sanitario, se ha convertido en un tema aparentemente político, está dividiendo a todos los habitantes de la tierra. Ya no podemos cantar juntos Noche de Paz porque la paz se reparte entre los que se han inyectado la vacuna y los que la han rechazado. No hay nada científicamente demostrado. Médicos, especialistas e investigadores se han dividido en dos grandes bloques enfrentados como en una guerra medieval. La sociedad está rechazando, como leprosos, a los no vacunados. En estas fiestas navideñas hay muchos que -no son negacionistas- van a cenar solos en su casa por no ser admitidos con el resto de comensales. Si hacemos un examen de conciencia particular, posiblemente nos remuerda la conciencia por esta situación innoble dentro de una colectividad civilizada. Pienso que estamos metidos en un bucle de miedo. El miedo es nuestro mayor peligro. Decía Aristóteles (no sé si serán reales todas las frases que se le atribuyen) que “el hombre que ha superado sus miedos será verdaderamente libre”. También Mahatma Gandhi aseguraba que “la libertad no es digna de tener si no incluye la libertad de cometer errores”.
En fin, estamos metidos en un callejón sin salida. Don Quijote decía cerca de Consuegra “La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra y el mar. Por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. * Periodista y escritora