ras su fallecimiento, esta semana pasada, ha quedado claro que a la derecha no le gustaba ni le gusta Almudena Grandes, ni como escritora ni como ciudadana activa, que participaba en esos actos que quisieran ver prohibidos y reprimidos. Cuestión de gustos, está claro; pero me temo que esa derecha que ha despreciado a la escritora fallecida, negándole un homenaje merecido, no tiene un narrador como ella, aunque sí tenga, muchos y variopintos, escritores de cámara que dan alas al cochambroso discurso reaccionario que se encarama como puede al poder, día a día, ante una atroz impotencia ciudadana. Mucho compromiso político el de Almudena Grandes y mucho éxito de público lector como escritora, en el ámbito de la lengua castellana y fuera de él. Eso se perdona difícilmente. Le rodeaba, ya en vida, una curiosa aura de fervor social y literario, ya estuviera en la Rotonda del Palace (si es que estuvo) o en la Tapia de la Almudena, donde se fusiló a placer durante años, y donde sí que estuvo dando la cara por los perdedores. Era alguien de quien se esperaba mucho y que no decepcionaba ni en lo público ni en lo literario. Insisto, eso se perdona mal, se toma como una agresión.
Por cierto, su calidad humana y su no enmascarar su compromiso político para navegar con ventaja en sociedad, cautivó a la derecha boliviana más conservadora cuando viajó al país andino junto a su marido. Qué cosas... Hace cuatro años, me hablaron maravillas de ella en un almuerzo en el club más exclusivo de La Paz, el Círculo de la Unión. Hay calidad humana o no la hay, hay calidad literaria o no la hay, cicatear esos valores cuando son del dominio público, es de miserables, más cuando esa literatura está inseparablemente unida a Madrid y a esos madrileños que ni tuvieron ni tienen la suerte de vivir en el barrio de Salamanca (como emblema de clase e ideología), donde han acabado los ricachones hispanoamericanos, y no solo ellos, enamorados de sí mismos, a juzgar por los sonrojantes artículos que publican en propio alabo y de una España y un Madrid donde pueden hacer lo que les viene en gana... Porque para eso pagan, en moneda fuerte. Es lógico pues que declararla hija predilecta a la misma altura que Julio Iglesias no encaje en esa ciudad de rastacueros y dar su nombre a una biblioteca pública, para qué, si lo mejor sería cerrarlas todas.
Madrid, ciudad gentrificada y hecha racimo de guetos para vidas duras y en condiciones poco confortables que atentan contra la más elemental dignidad, al tiempo que se saquean los servicios públicos y se deja a una parte importante de la ciudadanía en la indefensión. Lo sabía muy bien Almudena Grandes y lo escribía, y molestaba que hablara de que el famoso faro de todas las Españas era filfa y que hay otro Madrid, casi por completo oscurecido por el que venden como paradigma de libertades y que, a poco que mires, es obsceno y deprimente, en el que “regentea hoy la canalla”... Por parafrasear al poeta Luis Cernuda, que tanto les gusta citar de cuando en cuando, sin saber que escribió contra ellos, a pesar de ellos, desde el exilio.
Con todo, con ese desplante, qué demostración más nítida de lo que es el propósito de un vivir sectario, en enemigo, qué falta de ganas de convivencia real, que no sea entre vencedores y vencidos, a no ser que formes en sus filas, en sus procesiones, en sus desfiles o en sus manifestaciones de gente potencialmente armada contra el gobierno, algo inaudito esto último, qué miseria, qué retroceso a los años más siniestros del franquismo del que esta canalla (Cernuda insisto) procede como hijos aventajados.
El desplante ideológico y de clase padecido por Almudena Grandes retrata a esa derecha que hoy gobierna una ciudad y una comunidad, y aspira a hacerlo con mano dura un país entero, mejor no olvidar esto último; y define bien lo que se puede esperar de ellos a poco que se hagan con un poder decisorio en materia de cultura, lenguas, medios de comunicación, arte: nada, a no ser que escribas y crees a su contento y dictado, esto es, nada que no sea propaganda.