n Cuba sobrevive un pueblo para el que la obediencia se ha convertido en una condición de vida. La parálisis de las instituciones creadas por la revolución ha llevado a la república antillana a la decadencia: anonimato de los poderes reales -quienes realmente mandan son discretos generales responsables de los engranajes económicos-, mediocridad de los dirigentes -el presidente, Miguel Díaz-Canel, es un burócrata sin pizca de liderazgo- y pasividad de las masas.
Los cubanos no andan ni corren: pululan, y aquellas multitudes antaño exaltadas, vibrantes, esperanzadas y vulnerables, es decir románticas, se dedican ahora a resolver -palabra cubana que significa ir tirando a base de chanchullos-.
Resolviendo se ocupa y tranquiliza a la gente que se mantiene pegada a la supervivencia básica por lo que la vida se convierte en un perpetuo Éxodo sin alcanzar la Tierra Prometida. Un futuro que ha llegado demasiado tarde para dar una oportunidad al presente. Fidel Castro era una de esas personas con capacidad para hacer que ocurrieran cosas. La sanidad y la educación se consideran sus dos grandes logros.
Otros regímenes autoritarios exhibieron en su día logros similares, así las autobahn o red de autopistas en la Alemania nazi o la puntualidad de los ferrocarriles de la Italia fascista, por no hablar de la electrificación y planes quinquenales soviéticos. Admitamos que la revolución de Castro ha enseñado a todo el mundo a leer y escribir.
Pero, ¿de qué sirve no ser analfabeto si no eres libre de escribir, publicar y leer lo que quieras? El régimen cubano acabó negando la cultura en beneficio del activismo y el resultado es desolador. Los funcionarios culturales -apenas podemos identificar unos pocos creadores artísticos o literarios, otra cosa es la danza y música- se limitan a ejercer de supervisores universales intercambiables: se han convertido en unos sabelotodo sin originalidad ni alma creativa. Esa pusilanimidad recuerda el poema La nube en pantalones del poeta revolucionario ruso Vladimir Maiakovski quien acabó suicidándose desengañado por el rumbo autoritario de la revolución rusa: “¿No ves que estoy tranquilo? Como el pulso de un cadáver”.
El pulso de la Cuba institucional es el de su cadavérica conciencia marxista que lo convierte todo en una prueba de su verdad. La ideología como representación falsaria de la realidad ocupa el espacio público y al disidente se le arrincona hasta el ostracismo y la exclusión social. Primero le prohíben tener un empleo como castigo por haber dicho un día la verdad y luego le condenan por parasitismo.
No hay una oposición en Cuba pues el precio de tal alarde es excesivo y la amenaza de la disidencia es siempre la delación. Algún día, cuando se abran al público los archivos del G2, los servicios de seguridad cubanos, confirmaremos que la oposición interna estuvo constantemente infiltrada y manipulada por el gobierno. Después de la espantada de Yunior García, último líder disidente que reside desde hace una semana en Madrid, queda para la posteridad la ingrata tarea de cuestionar la inagotable proclividad de la especie humana al derrotismo y la sumisión.
En Cuba el gobierno se esfuerza por mantenerse en el poder. En Venezuela, por mantener una apariencia democrática con una ciudadanía cada vez más alejada de la política o incluso del propio país. Es el llamado mecanismo de “Voz y Salida”, donde no se da voz a los ciudadanos o no se les escucha y la gente acaba no participando en las elecciones o emigrando. Este mecanismo funciona como una ley de hierro en Venezuela.
En las últimas elecciones ha participado un escaso 42% del censo de un país donde ya ha emigrado el 10% de la población total. El éxito de las listas del gobierno es la consecuencia de una oposición dividida y carcomida por sus distintos intereses, egolatrías y falta de proyecto común para Venezuela.
Los venezolanos no son responsables, pero están obligados a reconocer esta realidad desde cada pequeño fragmento que ven con sus propios ojos. La corrupción de los poderosos y la sumisión de los débiles sin otra meta que resolver, ir tirando para sobrevivir, son hechos contrastados en una Cuba y Venezuela políticamente interdependientes. Un nuevo sujeto político emerge en la escena política internacional que bien podía llamarse “Cubazuela”.
A Cuba le falta el petróleo que abunda en Venezuela. A Venezuela le falta la energía y determinación política que inmoviliza y somete a los cubanos. El populismo comunista es una religión que lleva a cometer todo tipo de vilezas y soportar cualquier humillación en su nombre y es fácilmente reconocible por su forma de expresarse, la constante utilización de la anáfora: repetición de las mismas palabras, conceptos o frases en una serie de oraciones sucesivas: lucharemos..., pelearemos..., combatiremos... Todo lucha y sacrificio, pues sabido es que no hay energía más vigorizante que la invocación de la muerte: Patria o Muerte.
Maduro y Díaz-Canel luchan, pelean, combaten por la supervivencia política de “Cubazuela” manteniendo al pueblo exhausto en el triste día a día de la supervivencia material. Los ciudadanos de Cubazuela piden ayuda a gritos a la Unión Europea, pero el viento de la oportunidad política se lleva sus palabras. Es el doble pensar. Un escéptico quizás diría que se merezcan su destino puesto que no son capaces de librarse de sus cadenas por sí mismos.