on frecuencia, leyendo artículos, escuchando tertulias o, simplemente, atendiendo a los comentarios de algún meeting, uno puede tener la sensación de encontrarse en los años 70 y 80. Abundan las coincidencias con la manera de organizarse, funcionar y manifestarse de lo público en general.

Pero no es una ilusión, hay un hilo conductor que enlaza esa época con la actual. En aquellas décadas se hablaba del “pensamiento único”, cuyas principales figuras visibles fueron Margaret Thatcher y Ronald Reagan, quienes adoptaron e impulsaron las políticas del conocido como neoliberalismo económico, el cual fue sustituyendo al modelo económico neokeynesiano, identificado popularmente como el estado del bienestar, y dominante, aproximadamente, desde el final de la II Guerra Mundial.

¿El predominio del neoliberalismo desde las décadas de los 70 y 80 del pasado siglo se circunscribía solo al plano económico? La respuesta es categóricamente negativa.

Y lo es porque en ese periodo de los años 70 y 80 aparece la escuela de pensamiento económico estadounidense de la Public-Choice estructurada conceptualmente por James Buchanan y Gordon Tullock. ¿Cuál es la base conceptual de esta escuela/teoría económica desde un enfoque básico? La aplicación de los principios de la teoría neoclásica económica a los comportamientos políticos. Comportamientos identificables y aplicables a los ciudadanos en general, a los electores, a los sujetos elegibles y electos, a las personas, a los burócratas, en definitiva, a todos en general.

La base conceptual de esta escuela se identifica con la búsqueda del interés personal de una manera racional y rigurosa. Para ello proponen el desarrollo de reglas y normas institucionales mediante las cuales maximizar dicho interés personal, considerando que el sumatorio de todos esos intereses conducen a un resultado positivo para el conjunto.

Por utilizar un ejemplo, en todo proceso electoral quien emite su voto, y quien no, busca exclusivamente la obtención de un beneficio personal, según esta escuela. Si pasamos a nivel de cualquier partido, su objetivo no es otro que el de obtener el mayor número de votos. Allá cuidados lo que luego haga con ellos.

Si esto es así, ¿qué podemos, entonces, decir de los políticos, siempre según esta escuela? Simplemente que, por regla general, pretenden obtener el máximo de ventajas personales y aunque en algunos casos, quizá muchos, esto sea así, no creo que es cierto ni correcto pensar y creer que se cumpla siempre y con carácter general.

Es verdad que en épocas electorales tanto los partidos que detentan poder como aquellos que aspiran a ello, ponen en marcha o prometen medidas que afectan o pueden afectar a la situación personal y al bolsillo del ciudadano normal, como es el caso de las pensiones, el nivel de paro o la atención sanitaria, por citar solo algunos ejemplos. Esas medidas reales o prometidas, llevan aparejados compromisos presupuestarios y financieros a veces inasumibles, y esos comportamientos se dan en todo el espectro ideológico, pero ello no justifica su idoneidad y, ni siquiera su aceptación por la ciudadanía.

Por avanzar en concreciones, mientras en 2008 se aplicaron políticas económicas neoliberales, representadas por la palabra austeridad que afectaron, y aún afectan vía mercado laboral principalmente, a las capas más populares de la población. En el año 2018, por contra, tuvieron mayor presencia, de nuevo las políticas económicas neokeynesianas, fundamentadas en insuflar recursos. El Plan de Reconstrucción Europeo es un buen ejemplo de ello para paliar los efectos de la pandemia y reestructurar el modelo productivo europeo.

Eso en el plano económico. ¿Y en el plano político? Mucho me temo que hoy, en el año 2021 y a la luz del comportamiento de algunos partidos en sus congresos y de algunos países -como Gran Bretaña, tras la firma del Brexit con incumplimientos posteriores, y Hungría y Polonia, por citar algunos ejemplos-, asistimos al dominio, consciente o inconsciente de la escuela del Public-Choice en el ámbito no económico. Es decir, en el que cada uno va a lo suyo.

¿Qué planos o elementos son criticables en esa escuela de pensamiento y en su aplicación práctica como gestión política?

Si la persona es egoísta y se comporta con un egoísmo exacerbado en búsqueda de su único interés, ¿cómo podemos aceptar y comprender que todas las medidas y proposiciones sistemáticas que ponga en marcha van a procurar y conseguir el bien de la comunidad? Estamos ante un intento académico de racionalizar la mentira, de justificar el engaño, como siempre, de los ”listos”, los “vivillos”, ante el ciudadano normal.

Esta teoría, por otra parte, basa sus principios en la eficacia absoluta del mercado, en el cual la información se supone simétrica -es decir, igual para todos, y que todos la reciben al mismo tiempo-, y en el que operan un número suficientemente grande e inmanejable de demandantes y oferentes, y ninguno goza de poder suficiente como para manipular el mercado, y, por último, todos los agentes que operan en él actúan de manera racional.

Principios, todos ellos, alejados de la realidad, a pesar de lo cual, el mercado sigue siendo el mejor sistema conocido para asignar recursos, cantidades y precios. Y ¿por qué digo que está alejado de la realidad? Porque no es un mecanismo simétrico en lo relativo a la información, existe lo que llamamos “información privilegiada”, lo que hace necesario que la Administración Pública tenga que actuar tratando de paliar esa asimetría. Y respecto a la racional del individuo, mejor corramos un tupido velo.

Sin ambages, hoy vivimos esa cultura neoliberal del Public-Choice, si nos atenemos a lo que oímos en las declaraciones públicas, en los artículos y en las tertulias. Demasiados mensajes vacíos que no corresponden con la evolución de nuestro entorno tras la pandemia. Esta ha acelerado determinadas transformaciones en el mundo actual, al decir de expertos como son las nuevas formas de trabajo, el comercio electrónico, la robotización de las organizaciones, las nuevas maneras de relacionarnos las personas y la sociedad y las nuevas formas de manifestarse la cultura y el arte. Son solo cinco ejes de evolución ya presentes que motivan el rechazo a la escuela del pensamiento único, al ultraliberalismo, tal como se entiende ese concepto en la actualidad.

Por tanto, convendría provocar su abandono y recuperar valores importantes para la convivencia como la cooperación, la solidaridad, el respeto y el predominio del bien común, pero de manera real y objetiva, no retórica y vacía.

Concluyendo, la política económica de los años 70 y 80 y la de 2008 es claramente distinta a las de 2018, pero la práctica política de 2021, se parece demasiado a la del pensamiento único de aquellos años. Y no me parece que sea lo más adecuado en estos tiempos. * Economista