abitualmente, a las derechas políticas les gusta calificarse como liberales, aunque la mayoría de la sociedad las percibe más acertadamente como conservadoras. Sin embargo, después de las recientes declaraciones públicas de diferentes líderes y algunas comparsas de esta orientación ideológica en España, sería más acertado hablar de las retrógradas derechas.
El diccionario define el calificativo de retrógrado como aquella persona que es partidaria de ideas o instituciones políticas y sociales propias de tiempos pasados. Y qué sino esto es lo que han demostrado las derechas españolas cuando recientemente se han referido a América Latina. Una defensa cerrada, un suspiro profundo por el imperio perdido y una repetición de una colonial negación del derecho a la dignidad y soberanía de todo un continente.
El discurso racista y neocolonial podríamos suponer que reaparece en torno a la que esta misma corriente ideológica define como el 12 de octubre: su día de la hispanidad. Pero las diferentes declaraciones de algún expresidente de gobierno, de alguna presidenta de comunidad autónoma y de actuales líderes de partido, pasando por voceros y encargados del (des)cuido del español como idioma, denotan una campaña de rearme ideológico que tiene que ver con pretender recuperar las esencias de un pasado de supuesta gloria imperial.
Esa campaña reposa sobre todo aquello que a algunos y algunas, a los más viejos del lugar, enseñaba la escuela franquista y que dominó el escenario político y cultural durante cuarenta años de aquello que otro viejo líder de la derecha calificó como de “placidez”, aunque esta fuera dictatorial. Nos enseñaban entonces que en algún momento histórico inolvidable el sol no se ponía en las posesiones españolas a lo largo del mundo; nos educaron en la idea de que América recibió la bendición de la llegada de Colón, abriendo siglos de luminosidad hacia la cristiandad y la libertad. Nos contaron, como hoy vuelven a repetir, que ese continente estaba poblado por pueblos salvajes y caníbales y que, gracias a la determinación hispana, se les liberó del atraso y se les encaminó hacia la buena civilización. Se mentía entonces y, sin embargo, las derechas hispanas hoy retoman esos viejos discursos sin ni siquiera maquillarlos.
Se muestran orgullosas, exultantes y seguras de si mismas, y pierden la máscara que llevaron en cierta forma los últimos cuarenta años cuando se esforzaban por aparecer como liberales a pesar de su conservadurismo. Dicen que se acaba la pandemia y que pronto podremos dejar en casa, para un por si acaso, la mascarilla que nos acompaña durante el último año y medio. Mientras, las derechas retrógradas se quitan la otra mascarilla de los cuarenta años de dictadura para mostrar, cuando menos en sus declaraciones y mucho nos tememos que en sus acciones si pudieran, su racismo y desprecio colonial a cientos de pueblos y decenas de países que hoy siguen conformando todo el continente latinoamericano.
Ese mismo territorio que en las últimas décadas ha aportado al mundo nuevas propuestas políticas, sociales y económicas como alternativas posibles a sociedades y sistemas injustos, tal y como se ha demostrado con el capitalismo, cuando menos, en su vertiente neoliberal. Así, desde una consideración despectiva y chulesca, incluso hacia presidentes como el de México, respecto al que no guardan ni el más mínimo respeto diplomático, insultan y se niegan a reconocer que ese continente se constituye hoy como un laboratorio de propuestas transformadoras que ya traspasan los mares. Eso sería reconocer su propia miseria político-ideológica y, por ello, nunca lo harán. Prefieren, al contrario, seguir escudando su debilidad en este campo tras el insulto fácil, la ironía mal entendida o el sarcasmo prepotente.
Pero, todo esto que hoy vemos en este lado del mar, encuentra su reflejo directo en el propio continente latinoamericano. De hecho, las reacciones de las derechas hispanas no quedan limitadas en las fronteras del insulto y el menosprecio.
Desde hace años, determinados liderazgos políticos e intelectuales de esta corriente definen estrategias de acción en América Latina. Se multiplican las reuniones de las derechas españolas y latinoamericanas para acordar pasos que buscan recuperar los espacios perdidos en las últimas décadas tras las sucesivas derrotas sociales, electorales y, consiguientemente, de un poder que siempre consideraron de su exclusividad.
Y no es solo un juego político por recuperar espacios y presencia en las diferentes sociedades del continente. En muchos casos lo que se define, y sobre lo que se acciona, es sobre cauces al margen del juego democrático. Lo acaba de decir un intelectual de la derecha hispano-peruana al hablar abiertamente de que lo importante no es el ejercicio de la democracia por parte de los pueblos, sino que éstos voten bien. Y todos y todas entendimos perfectamente a qué se refería con esa expresión, aplaudida abiertamente por la convección derechista en la que se realizó: votar bien es votarnos a nosotros; la democracia está sobredimensionada y solo es útil si la ponemos a nuestro servicio.
De ahí se entiende mejor la radicalidad de las derechas en América Latina cuando en los últimos años exhiben estrategias que rozan los márgenes del sistema democrático o, directamente, se ubican fuera de este. Pierden elecciones y acusan de tiranos a los adversarios políticos que las ganaron; activan procesos pseudojudiciales para sacar de la carrera democrática liderazgos sociales o políticos y tener así la vía abierta a los palacios de gobierno. Hacen uso y abuso de los medios de comunicación masiva para campañas de difamación y mentiras que desgasten gobiernos y procesos. Y cuando todo eso es insuficiente se ponen en marcha boicots y sabotajes económicos, bloqueos, e incluso golpes de estado, eso sí, con diferentes calificativos para endulzarlos: blando, parlamentario, etc.
Entendemos así que hoy las actuaciones de las derechas españolas y latinoamericanas se retroalimentan y coordinan. Las segundas siempre fueron las descendientes directas o alumnas aventajadas de las primeras. Por tiempos, y especialmente en el ámbito económico, ponen su vista en Estados Unidos, pero su referencia ideológica, en gran medida sigue estando en el otro lado del mar. Al fin y al cabo hace doscientos años, cuando se dieron los procesos independentistas, sustituyeron a la metrópoli en los cargos de poder, pero sin alterar el sistema opresivo hacia las grandes mayorías.
No, los suspiros y declaraciones de estas semanas tienen una relación directa con las acciones de los últimos años en América Latina. No son resultado de un renacer en torno al 12 de octubre, sino de una corriente de radicalidad ideológica retrógrada que, ahora sí, recupera los tics coloniales y racistas hacia pueblos y personas que siempre consideraron inferiores. * Jesús González Pazos es miembro de Mugarik Gabe y del Observatorio de Derechos en América Latina-ODAL