uando la revista France Football informó de que en la adjudicación de la sede del Mundial de 2022 se había producido una compra de votos por parte del Gobierno de Catar, con la intervención de Nicolas Sarkozy, a cambio de llevar al Paris Saint-Germain a las más altas cumbres, comenzamos a preguntarnos si el fútbol como espectáculo de masas tiene algo que ver con el deporte. Para que Doha sea la sede de un Mundial, ha tenido que haber una trama muy complicada, con el mismísimo presidente de la FIFA en el proscenio. No importa que el señor Platini haya sido detenido, censurado, y suspendido de sus funciones en su momento, con diversas acusaciones, el caso es que el plan se ha consumado. Resurge el Paris Saint-Germain a golpe de talonario, y Catar obtiene la adjudicación del Mundial, incluso cambiando las fechas habituales para este tipo de eventos.
¿Tiene algo que ver con la realidad la afirmación de que la Copa del Mundo en Catar pueda esconder bajo su alfombra un cementerio? Así, de repente... diremos que, a comienzos de este año, The Guardian denunció las muertes de más de seis mil quinientos obreros provenientes de la India, Pakistán, Nepal, Bangladesh, Sri Lanka... y eso sin recoger los datos de otros países como Filipinas o Kenia. Diferentes sindicatos, ONG y prensa internacional lo corroboran. El director de la Fundación Internacional para la Democracia, Guillermo Whpei, estima que para 2022 habrán muerto en suelo catarí alrededor de 10.000 empleados migrantes, contando desde diez años atrás.
Se responde que en realidad solo hay unas decenas de fallecimientos en la construcción directa de los campos -¿solo?- pero en el cómputo de fallecimientos se puede tener en cuenta que construir, en plena canícula, aeropuertos, carreteras, metro, hoteles, incluso una nueva ciudad, Lusail, con una capacidad de acogida de doscientas cincuenta mil personas, tiene sus riesgos. ¿Problemas cardiacos o cardiovasculares no son accidentes laborales? Dice Whpei, investigadora de Amnistía Internacional, que “está muriendo gente joven, entre 25 y 35 años, las muertes de estos trabajadores están catalogadas como muertes naturales por las autoridades cataríes y esto es grave. (...) Con el excesivo calor, temperaturas que llegan a 50 grados, el estrés que genera en el sistema cardiovascular, con largas jornadas, mala alimentación y malos lugares para descansar...”. Además, según el profesor Gilles Paché: “Con estas ciudades en mitad del desierto, Catar es un espejo que aumenta los males de nuestra sociedad en materia de gestión de recursos. Situado en un espacio reducido -algo más de once mil kilómetros cuadrados, la mayor parte desérticos- concentra todos los subproductos de una sociedad del espectáculo y del consumo”. Pero la FIFA insiste en que hay propuestas innovadoras con verdaderas soluciones respetuosas con el medio ambiente.
Y todo esto nos atañe, aunque no queramos verlo. ¿Podemos gritar goooooool al triunfar nuestro equipo favorito sin pensar en el sufrimiento de miles de personas que lo han hecho posible? Catar tiene cerca de 2.8000.000 habitantes y alrededor del 80% son inmigrantes. Según Amnistía Internacional, en relación a la fuerza laboral para el evento deportivo, los migrantes representan el 95%. Mientras la renta per cápita de la ciudadanía es una de las más altas del mundo, y todos los miembros de la familia Al-Thani tienen unos privilegios desorbitantes, las personas extranjeras trabajadoras, además de no tener la ciudadanía y no tener apenas derechos, cuentan con ingresos en torno a quinientos euros mensuales para pagar alojamiento, alimentación y enviar dinero a las familias, que es para eso para lo que se han desplazado.
Se habla de cuatro millones de posibles visitantes en el Mundial. A esos visitantes ricos no se les va a pedir el sponsor o el contrato laborar para entrar, como a los extranjeros que han viajado miles de kilómetros desde el Sudeste Asiático y África. En el siglo IV a.C. la población libre de Atenas era de unas 84.000 personas, las mujeres no tenían derechos, había unos 10.000 metecos, extranjeros con escasos derechos, y unas 400.000 personas esclavas. Lo hemos llamado el origen de la democracia. ¿En qué hemos avanzado?
El fichaje de Messi es una pequeña parte de una activación de la diplomacia de Catar para promocionar la imagen internacional del país, que es capaz de mediar en diferentes conflictos, y sirve de huésped en reuniones de reconciliación: talibanes y Estados Unidos, palestinos e israelíes, etc... Y además teje diversas alianzas en un contexto de rivalidad con Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, que en 1917 estuvieron a punto de destruirlo económicamente, con unas sanciones y un aislamiento en el que también participó Egipto. Donald Trump estuvo dispuesto a apoyar tales medidas, incluso militares, hasta que le recordaron que Estados Unidos tiene una base militar en Doha. El caso es que Catar superó el aislamiento y sigue siendo una de las economías más ricas del mundo a causa de sus recursos naturales de gas y petróleo. Además, está diversificando su economía para no depender de la importación de productos básicos de esos vecinos con los que se lleva tan mal, aunque no sucede lo mismo con Irán, con quien comparte recursos naturales y su visión geoestratégica, a pesar de la prevalencia de sunitas en Catar, donde la tradición wahabista es también la de mayor presencia, aunque no es la que domina en el Gobierno. Frente a la influencia saudí, los clérigos vinculados a los Hermanos Musulmanes son su faro, y no interfieren en los asuntos internos de Catar. Además, hay una presencia significativa de chiítas. En el libro de los periodistas franceses Christian Chesnot y Georges Malbrunot Los papeles de Catar: cómo el emirato financia el islam en Francia y Europa se habla de la existencia de una extensa red de financiación de mezquitas, escuelas y centros culturales islámicos por parte de Qatar Charity, una ONG financiada por la familia real catarí, con pagos a organizaciones vinculadas a Hermanos Musulmanes, con el fin de promover su visión del islam en el continente.
En ese contexto islámico diverso, donde también hay iglesias, el poder político y económico lo detenta de manera absoluta el emir Tamimbin Hamad al Thani, aunque se oyen voces diciendo que en las recientes elecciones a la “Asamblea Consultiva” o “Shura” se han producido algunos pequeños avances en la democratización de un país en el que nos llama la atención, ¡oh siglo XXI!, que pueden votar las mujeres, pero no tiene partidos políticos, y la última decisión, y las máximas atribuciones, siempre están en manos del emir.
Pero Catar, en los temas económicos, sí es consciente del siglo en el que vivimos. En la ciudad de la Educación, cerca de Doha, comparte campus con universidades americanas, y promociona organizaciones de educación e investigación. En 2003 creó el fondo QIA para utilizar y mantener sus ingresos de petróleo y de gas con fuertes inversiones en Barclays Bank, Credit Suisse, Harrods, Porsche, Volkswagen, el PSG... y es uno de los propietarios más importantes de bienes inmobiliarios de Londres.
Por si no fuera suficiente, es uno de los mercados para las industrias de armamento de Alemania, Estados Unidos, Francia, Italia, Reino Unido, Turquía... El resultado es que sus Fuerzas Armadas tienen un enorme potencial, con miles de millones en juego, además de los costes de formación adaptada a un armamento tan complejo y sofisticado. ¡Oh, ese lenguaje de signos, para quienes no queremos ver ni oír, que es el lenguaje de las armas...!
Y, como guinda al pastel, nos queda decir que Catar, en su tarea de mantener el equilibrio entre su apoyo a los extremistas y su imagen de solidaridad con los valores occidentales y lucha contra el terrorismo, cuenta con la red de Al Jazeera. Se ha criticado mucho su cobertura de las revueltas árabes y los conflictos de Siria, Libia o Yemen, y no está muy en alza en este momento, pero es un espacio en el que se reflejan los intereses del gobierno de Catar y su diplomacia, intentando mostrar una cara aliada con Occidente, sin abandonar un cierto contacto con grupos radicales.
¿Y el contrato de Messi? Pues no es más que una gota en el océano.