as altas temperaturas del Estado han provocado un incremento en el consumo energético generando un rifirrafe político acerca del coste de la energía. El ruido de esta confrontación veraniega ha llegado a solapar el interesante y necesario análisis del Panel que hizo público hace unos días el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático.
Dos aspectos de alto voltaje que gozan de dimensión global y que conviven con el ámbito local, e incluso con el doméstico: la energía -su generación, consumo y coste-, ligada de pleno al bienestar y al desarrollo industrial, así como al enorme reto que tenemos con el cambio climático. Y ante esto, el ruido público se amplifica a base de un cruce de acusaciones, sin opción a un contraste riguroso, ni a una conversación sosegada, que es lo que necesita un tema de semejante calado.
Estamos ante un problema mundial que afecta al conjunto del planeta. Nos jugamos mucho, y la realidad energética aflora algunas incoherencias que en Euskadi también debemos combatir.
La fórmula del coste de la energía no es una cuestión precisamente sencilla, y es en esa complejidad, en la que la demagogia política está encontrando su filón. En esta embarrada melé, me gustaría aportar una visión constructiva poniendo el foco en algunos aspectos de mejora importantes.
Durante estas últimas semanas estamos viviendo una situación en la que convergen distintas circunstancias que provocan una tormenta perfecta: una elevada demanda eléctrica en climatización por las altas temperaturas; una bajada en la producción eólica; un alto precio del gas natural y una tendencia alcista del precio del CO2.
Los dos primeros motivos están provocando la necesidad de incorporar energía procedente de ciclos combinados (la energía de respaldo para las renovables intermitentes) por encima de lo que suele ser habitual. Este tipo de generación tiene una fuerte dependencia de los precios tanto de su materia prima, como es el gas natural, como del precio de la tonelada de CO2 emitido. Ambos precios están altos, por lo que la generación del megavatio/hora (MWh) en estas centrales tiene actualmente un coste elevado. Como estas centrales son necesarias para satisfacer la demanda de energía eléctrica, marcan el precio de referencia del mercado diario.
En Euskadi, a excepción de algún momento puntual en el territorio de Araba, no podemos hablar de que el calor haya apretado en exceso y, sin embargo, todos los aspectos mencionados afectan también al precio de nuestra electricidad. Ello nos deja reflexiones y conclusiones de calado porque en Euskadi apenas generamos energía eólica (impedida por una supuesta contestación social); hemos renunciado a un gas natural disponible en nuestro subsuelo, y el coste del CO2, lógicamente, es cada vez más elevado siendo el precio que nos corresponde pagar por una transición energética alineada con la lucha contra las amenazas del cambio climático.
Las transiciones energética y climática vienen. O las hacemos o nos las hacen. Toca centrar el debate porque en Euskadi producimos poca energía y consumimos mucha y la diferencia la compramos al precio que otros nos marcan. Afecta a la factura de la luz de nuestros hogares, especialmente de los más vulnerables, y a la de nuestras empresas y su competitividad.
Somos un país industrial. Nuestras empresas necesitan un acceso al mercado eléctrico en condiciones competitivas porque una buena parte de la nuestra economía y muchos empleos de calidad dependen de ello.
Necesitamos intensificar renovables (y soluciones de almacenamiento) de todo tipo, incluidos los parques eólicos y fotovoltaicos. Euskadi cuenta con una bajísima producción de energía renovable, y este resultado carece de sentido en un País en el que hemos sido capaces de generar un sector industrial energético mundialmente puntero y competitivo. El ecosistema tecnológico-industrial vasco de generación eólica tiene tecnología líder y ofrece soluciones ambientalmente innovadoras que exportamos a nivel internacional, pero que en Euskadi somos incapaces de instalar por razones socio-políticas.
Nos corresponde ser consecuentes con la decisión adoptada respecto al gas, que es el complemento requerido por las renovables hasta no disponer de soluciones de almacenamiento de energía más sostenibles. Euskadi ha descartado recurrir a la gestión de su propio gas, aunque sigamos acomodados en el sistema de confort del gas natural y sepamos que el precio del gas importado tiene un mayor coste económico y ambiental.
Compartiendo el principio de que “quien contamina, paga” y viendo el coste de la emisión del CO2, ¿por qué no concentramos mayor esfuerzo en el principio del “ahorro energético”? En el debate de estos días, en plenas jornadas tórridas en muchos puntos del Estado, nadie ha incorporado este enfoque y cabría asumir el reto y plantearnos una reducción de consumo de energía. La mejor energía es la que no se consume. La eficiencia energética ha sido y seguirá siendo uno de los elementos esenciales para afrontar el reto de la neutralidad climática y la descarbonización. Este es uno de los objetivos fundacionales del Ente Vasco de la Energía-EVE y en los que Euskadi y la industria vasca son referencia.
En Euskadi tenemos la fuerza de contar con el EVE desde hace 40 años. Un organismo que, no teniendo capacidad de intervenir en la regulación del coste de la energía, sin embargo, ha sabido contribuir a que el sistema vasco reduzca su dependencia de los derivados del petróleo y del carbón. La implantación de un sistema de transporte y de distribución del gas natural, así como el impulso de las distintas tecnologías renovables en pequeña y gran escala por toda la geografía vasca y, sobre todo, la apuesta por la eficiencia energética, ha ayudado a reducir un 27% la emisión de los GEI, gases de efecto invernadero, y consecuentemente los costes energéticos. Lo ha hecho con actuaciones y programas de gran dimensión dirigidos a la industria, en colaboración público-privada con la administración local, y penetrando en el conjunto de los hogares, con ayudas de renoves en calderas, ventanas, electrodomésticos o vehículos.
En definitiva, una aportación estructural que ha impactado en la calidad de vida de la ciudadanía puesto que ha significado un beneficio también para las arcas públicas y una mejora en la calidad del medio ambiente. Un ente público, al servicio de la sociedad, que ha sabido colaborar con el tejido industrial y que podría considerarse un modelo a seguir en el mar de ideas que estamos escuchando.
No cabe duda de que hace falta un debate profundo y sincero en torno a la tarifa de la electricidad y al funcionamiento del mercado de la energía, pero no parece que los parches ni que las ideas de una noche de verano aporten una solución estructural.
Solo sea por no calentar más el ambiente, quizá convenga aportar prudencia y responsabilidad política para no enredar donde no corresponde. La sociedad agradecerá que hagamos un esfuerzo para trasladar una lectura responsable de lo que sucede y, sobre todo y, ante todo, una lectura solidaria con los sectores y con las personas más vulnerables de esta complejidad llamada energía.
* Consejera de Desarrollo Económico, Sostenibilidad y Medio Ambiente del Gobierno Vasco