as grandes inundaciones que han ocurrido en Alemania y en Bélgica en julio causando cientos de víctimas, asociadas a una ola de calor abrupto que en algunos lugares ha llegado a más de 50 grados, nos obliga a pensar y a tomar decisiones con vistas al equilibrio de la Tierra. Algunos analistas han llegado a decir: la Tierra no solo se ha calentado; en algunos sitios se ha vuelto un horno.
Esto significa que muchos organismos vivos no consiguen adaptarse y acaban muriendo. Actualmente el calentamiento que tenemos subió en el último siglo más de un grado celsius. Si llegase, como está previsto, a dos grados, cerca de un millón de especies vivas estarán al borde de su desaparición, después de millones de años viviendo en este planeta.
Entendemos la resignación y el escepticismo de muchos meteorólogos y cosmólogos que afirman que estamos llegando demasiado tarde a combatir el calentamiento planetario. No estamos yendo a su encuentro, estamos ya gravemente dentro de él. Argumentan, desolados, que es poco lo que se puede hacer, pues el dióxido de carbono ya está excesivamente acumulado, ya que permanece en la atmósfera de 100 a 120 años, agravado por el metano, 20 veces más tóxico, aunque permanezca poco tiempo en el aire. Para sorpresa general, este último irrumpió debido al deshielo de los cascos polares y del permafrost que va desde Canadá y atraviesa toda la Siberia. Y hace crecer el calentamiento planetario.
La irrupción del covid-19, por ser planetaria, nos obliga a pensar y a actuar de modo diferente. Es sabido que la pandemia es consecuencia del antropoceno, es decir, del excesivo avance agresivo del sistema imperante, basado en el lucro ilimitado. Ha sobrepasado los límites soportables de la Tierra, por la deforestación -al estilo de Ricardo Salles/Bolsonaro en Brasil-, por la implantación de monocultivos y por la contaminación general del medio ambiente, que han llegado a destruir el hábitat de los virus. Sin saber adónde ir, saltaron a otros animales, inmunes a ellos, y de éstos pasaron a nosotros, que no tenemos esa inmunidad.
Vale la pena reflexionar lo que significa el hecho de que todo el planeta haya sido afectado, por un lado igualando a todos, y por otro aumentando las desigualdades, porque la gran mayoría no consigue mantener el aislamiento social, evitar las aglomeraciones, especialmente en el transporte colectivo y en las tiendas. No ha afectado a otros seres vivos, como nuestros animales domésticos.
Debemos reconocer que el objetivo éramos nosotros, los seres humanos. La Madre Tierra, reconocida desde los años 70 del siglo pasado como un organismo vivo, Gaia, y reconocida por la ONU (el 22 de abril de 2009) como verdaderamente Madre-Tierra, nos ha enviado una señal y una advertencia: “Paren de agredir a todos los ecosistemas que me componen; ya no me están dando tiempo suficiente para que pueda reponer lo que me quitan durante un año y regenerarme”.
Como el paradigma vigente todavía considera a la Tierra como un mero medio de producción, en un sentido utilitarista, no estamos prestando atención a sus advertencias. La Tierra, como superorganismo vivo que es, nos da señales inequívocas, como ahora, con las grandes inundaciones en Europa, el frío excesivo en el hemisferio Sur y la gama de virus ya enviados (zica, ébola, chikungunya, covid...).
Como somos cabezas duras y predomina una clamorosa ausencia de conciencia ecológica, es posible que estemos transitando un camino sin retorno.
Curiosamente, como ya ha sido comentado por otros, “los profetas del neoliberalismo están transformándose en promotores de la economía social porque, ante la catástrofe actual, piensan que ya no será posible hacer lo mismo que antes, y que será necesario volver a los imperativos sociales”. Lo peor que nos podría suceder es volver a lo de antes, lleno de contradicciones perversas, enemigo de la vida de la naturaleza, indiferente al destino de las grandes mayorías pobres y armándose hasta los dientes con armas de destrucción masiva, absolutamente inútiles frente a los virus.
Tenemos forzosamente que cambiar, superar los viejos soberanismos que volvían a los otros países hostiles o sometidos a una feroz competición. El virus mostró que no cuentan para nada los límites de las naciones. Lo que realmente cuenta es la solidaridad entre todos y el cuidado de unos a otros y hacia la naturaleza, para que, preservada, no nos envíe virus todavía peores. Ahora es la nueva era de la Casa Común, dentro de la cual estarán las naciones.
David Quamen, el gran especialista en virus, dejó esta advertencia: o cambiamos nuestra relación con la naturaleza siendo respetuosos, sinergéticos y cuidadosos, o ella nos enviará otros virus, tal vez uno tan letal que nuestras vacunas no puedan atacarlo y se lleve a gran parte de la humanidad.
Al no detener el calentamiento planetario y no cambiar de paradigma hacia la naturaleza, conoceremos días peores. Si no podemos detener ya el aumento del calentamiento mundial, con la ciencia y la técnica que poseemos, podemos por lo menos mitigar sus efectos deletéreos y salvar lo más que podamos de la inmensa biodiversidad del planeta.
Como nunca antes en la historia, el destino común está en nuestras manos: debemos escoger entre seguir la misma ruta que nos lleva a un abismo o cambiar forzosamente y garantizar un futuro para todos, más frugal, más solidario y más cuidadoso con la naturaleza y la Casa Común.
Hace 30 años que repito esta lección y me siento un profeta en el desierto. Pero cumplo con mi deber que es el de todos los que despertaron un día. Debemos hablar, y ahora gritar. * Teólogo