atelevisión ha sido el medio de control mental más utilizado y que mejores resultados ha dado al poder durante el siglo XX y principios del XXI. En esta última década ha llegado a unos niveles de sordidez y frivolidad difíciles de superar. Los programas de “entretenimiento” han batido todos los récords de estupidez humana y son un verdadero atentado contra el sentido común y la sensibilidad del público que los contempla. Nos han acostumbrado tan lentamente a esta bazofia que no somos conscientes de la carroña audiovisual que consumimos. Sin embargo, los telediarios, la parte presuntamente seria de la parrilla televisiva, no se queda atrás. Las grandes cadenas son capaces de abrir sus noticieros con imágenes de un simple atropello en China, del nacimiento de un mono albino en Sudáfrica o del rescate de un delfín en el Pacifico. Este tipo de noticias protagonizadas por animales son especialmente utilizadas para “infantilizar” al personal que las observa ensimismado. Hoy en día es imposible encontrar contenidos de calidad en un medio que, pese a perder audiencia año tras año, se resiste a dejar de cumplir su fin social de aturdimiento y adoctrinamiento de baja intensidad a las masas.
Alguien podría pensar que esta reducción en el número de personas que contempla a diario la televisión se podría traducir en un incremento de otros soportes más serios y menos manipulados y en un incremento generalizado del sentido crítico de los ciudadanos. Nada más lejos de la realidad, la modernidad siempre extiende su inevitable velo de narcotización social. Los espectadores perdidos por la caja tonta -en realidad como medio de control social es muy lista- son trasvasados a una serie de nuevas “formas de ocio” como Instagram o la red especializada en grabación de vídeos cortos TikTok. En estos formatos podemos contemplar millones de personas haciendo las más insignificantes coreografías o reproduciendo conversaciones con las voces cambiadas como si fueran ventrílocuos de la era digital. De mal en peor. Y lo más grave es que generaciones enteras a lo largo del planeta van a atravesar su juventud consumiendo masivamente estos formatos interactivos, sustituyendo el contacto personas por relaciones “cibernéticas” y sin saber -no digo sin haber abierto... digo sin saber- lo que es un libro. Ni quienes los visionarios que escribieron obras como Un mundo feliz (A. Huxley, 1923) o Rebelión en la granja (G. Orwell, 1945) pudieron imaginar que el control social se iba a ejecutar de manera tan sutil -disfrazado de ocio- y tan efectivo. Bienvenidos todos a la Modernidad.