on las trapisondas del emérito he pasado del desinterés más completo, a la lectura ligera del folletín de página de sucesos. Tal vez porque es verano y algo hay que leer, algo ligero, al menos en apariencia. El Caso desapareció, pero quedan las apretadas páginas que de manera muy fina llaman Sociedad, fina y acertada porque de la urdimbre de la sociedad española se trata. Caramba, qué rosario de pelotazos sin otro derecho que el de pernada, qué indecencias, como la de ofrecer ayuda para la ilegítima intervención en terceros países (Centroamérica).
No hay día que no nos desayunemos con una noticia bomba referida a una mangancia, a una operación dudosa de enriquecimiento por parte de la gente de arriba. Hombre, las andanzas del Lute tenían más grandeza, ¿no? Sin acritud, lo digo, eh, en el terreno estricto de una literatura folletinesca mediática que se escribe sola, y a diario. Pero hoy, a falta de folletines de gente de faca en ristre y si te gustan las trapisondas a lo Fantomas te puedes conformar con las del Borbón en fuga, compadreando con personajes criminales del desierto a los que les sale oro por los grifos del zambullo, que dan materia para un thriller o un reality o una serie folletinesca compleja, con mucho personaje y toneladas de armas de aquí para allá, y viajes y banquetes y artistas, voladora alguna de ellas. Aprovecharse del puesto de gobierno, de su situación personal conseguida de manera sangrienta o como en este caso de forma arbitraria, gracias al capricho de un dictador golpista y cruel, solo esta al alcance de unos pocos.
Idi Dudu Amin, por ejemplo, fue un reyezuelo que anduvo a vueltas con cantidades ingentes de diamantes y otras riquezas, pero era medio antropófago o antropófago del todo. El Borbón no, aunque haya tenido buen y legendario saque: de ahí vienen los Cojonudos, esos espárragos navarros de primera. Es más, me temo que el tratamiento mediático de su Vuelta a España gastronómica fue una operación dirigida para engrosar su faceta campechana: el rey que se pone las botas, pero que termina con el Rey con Botas, las de más de siete leguas, pero rellenas. ¿Viva mi dueño? Sí, mucha risa, sí, pero qué tristeza, demonio, qué tristeza. Me río por no llorar, pensando que este de la mangancia generalizada ha sido el régimen político desde mi juventud a mi vejez más que anunciada, hubieses votado lo que hubieses votado.
Hemos sido unos primos, pero no podemos quejarnos mucho, porque hemos aceptado de buen grado, o casi, esa condición durante décadas de modélica Transición. Una operación esta exportable, como fue exportada la Comedia del Arte en su momento con sus pícaros y sus capitanos Spaventos della Valle Inferna y sus Matamoros y sus doctores. Además, la del Borbón emérito ha sido una carta de marca de alcance nacional: ¿que el rey se enriquece? Pistonudo. Barra libre. A poner el cazo todo Dios, del presidente de Gobierno al último propio que cobra de manera indebida por abrir una puerta, a lo que está obligado. La cosa pública como una sociedad de verdad anónima con la que enriquecerse a escondidas o a encubiertas, como ha venido siendo el caso, porque estas cosas se sabían, pero no se querían saber y no se querían mostrar a un público entregado a la majeza del Borbón emérito, que, como decían de su antepasado Fernando VII, gustaba de rodearse de majos, majas “y gente del bronce”, y guapetones y caballeros de industria (Prado) añadimos nosotros.
A la vista de tantas muestras, sonrojantes e indecorosas, de desgobierno, que salen a la luz de manera imparable, da que pensar por qué ahora y de cuánto de lo cometido por él y sus cortesanos, los que han seguido la barra libre de su real ejemplo, no nos enteraremos nunca, nunca o cuando ya no tenga importancia alguna.
Vaya, se me ha ido la mano y me he quedado sin espacio para hablar de las canalladas de Rafael Vera, condenado en firme en los tribunales por la comisión de hechos espantosos, aunque en la práctica tuviera una cárcel vacacional, y sin que se investigara el alcance real de su actividad delictiva porque eso tocaba, ¿no? a muy altas esferas, las que nunca hay que tocar. A la cárcel, sí, pero descuida, que ya te agradecerán por la gatera los servicios prestados.