Japón es un país desarrollado, aunque diferimos mucho de la cultura asiática, es un espejo en el que muchos se miran con envidia. Su modo de vida y sus costumbres, tan alejadas de las nuestras, son vistas de manera idílica. Cuando bajamos a la tierra comprobamos que no siempre es así. Nos lo demuestra un ciudadano francés, Vincent Fichot, que lleva tres años sin poder ver a sus hijos porque, tras su divorcio, su mujer los secuestró. Es una práctica habitual en el estado nipón, la ley no impide que el padre o la madre se lleve a sus vástagos e imposibilite al otro su acceso a ellos. Además, las alternativas legales son escasas o nulas.
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