iendo Juan Mª Uriarte obispo de San Sebastián, se celebró la XIV Semana Social Ricardo Alberdi (2006) bajo el lema Pacificar-normalizar-reconciliar como la triple tarea capital que la sociedad necesitaba para restañar los zarpazos de la violencia. Soy consciente de las graves resistencias que aún despiertan este tipo de iniciativas partiendo del concepto de reconciliación en el marco de la verdad, la justicia y el perdón. Resulta más fácil seguir en la línea de quien la hace, la paga; la reconciliación es innecesaria, es imposible, es una traición a los deudos de la violencia, es sospechosa de albergar otros intereses, etcétera.
El objetivo prioritario de aquella iniciativa era restaurar la desgarrada humanidad con independencia del signo u origen de la violencia. Incluso hay víctimas que han sido a la vez agresores y agredidos. Y todas ellas necesitan ser atendidas de manera diferenciada y proporcionada. La verdad o la justicia de la causa de la violencia no es lo que les convierte en víctimas, sino el sufrimiento hondo y el daño irreversible.
En el fondo anida una “cultura de paz” siendo conscientes de que el perdón y la reconciliación no restituyen al estado anterior a la confrontación violenta: el vacío y la herida están ahí. Pero con la reconciliación, los agresores y agredidos pueden operar un cambio decisivo al recuperar su humanidad y descubrir el respeto y al aceptación del diferente desde la generosidad para perdonar y aceptar el perdón. Y con ellos la sociedad toda.
La idea es ofrecer a víctimas y victimarios la posibilidad de dialogar sobre el delito y sus consecuencias, profundizar en la asunción de responsabilidad de quienes lo cometieron y acordar la reparación del daño causado de forma real o simbólica. Según las experiencias realizadas en este ámbito, son múltiples los beneficios para las víctimas: posibilidad de explicar su vivencia del delito y sus consecuencias, facilitar la oportunidad de la petición de perdón, la reparación del daño o de cerrar el proceso interior. Todo ello supone un importante avance en el proceso de reinserción, objetivo clave en la legislación penal y el mensaje evangélico.
Aquello se materializó, en parte, con la llamada vía Nanclares para presos y víctima de ETA, interrumpida tras la llegada del PP al Gobierno. Ahora se ha retomado con un enfoque más amplio y con visos de que la iniciativa vaya calando mejor y logre mayores resultados al estar abierta a otro tipo de reclusos. Los talleres de justicia restaurativa se realizan desde 2016, aunque entonces se ofrecían solo a condenados que cumplían sus penas a través de medidas alternativas, no dentro de prisión. En estos otros diálogos 2021 que nacieron en enero de 2020, caben todos los penados a excepción de los condenados por violencia de género y delitos sexuales. Estamos hablando de justicia restaurativa como un derecho de las víctimas, pero también una oportunidad de reinserción para los condenados en general, y los presos de ETA y GAL en particular.
En el caso de ETA, son 20 reclusos los que han solicitado participar en estos talleres. Se trata de sentarse cara a cara cada persona reclusa con sus víctimas con un doble objetivo: que las víctimas consigan una reparación, al menos simbólica, por el daño sufrido y, a la vez, facilitar la reinserción de los presos haciéndoles conscientes del dolor que han causado.
Que nadie se rasgue las vestiduras, que no habrá reducción de pena por adherirse a esta iniciativa, más allá de que los equipos de tratamiento de las cárceles sí tendrán en cuenta esta actividad a la hora de hacer las valoraciones para progresar al tercer grado o atender a permisos; medidas de reinserción legal nada excepcionales. No hay que desdeñar las peticiones de perdón y arrepentimiento por escrito que ya se han producido: ocho presos dieron este paso en 2018 (año del fin oficial de ETA), treinta en 2019 y más de cuarenta en 2020.
Para algunos es una claudicación; para otros, una iniciativa inútil. Pero yo hablo en nombre de un número indeterminado de personas, muchas de ellas cristianas, que ven en este tipo de medidas algo revolucionario en el sentido de transformador y que forma parte de la esencia evangélica. Qué poco se ha informado de todo esto; y cuántos palos se han metido en las ruedas en forma de presiones de todo tipo para que este tipo de iniciativas no avancen.
Sin embargo, hasta las piedras debieran gritar clamando la bondad y la necesidad de esta iniciativa, fundamental para una convivencia óptima en plena coherencia moral y ética. Seguro que el traspaso efectivo para septiembre de la competencia estatutaria en materia de prisiones ¡42 años después de su entrada en vigor! ayudará a resaltar esta iniciativa poniendo a la reconciliación en su justo valor como el resultado estrella de la reinserción.