n par de semanas después del final de la Eurocopa, diría que todavía debo alguna hora de sueño al reloj. Ese ritmo frenético de partidos al mediodía, por la tarde y por la noche suele dejar consecuencias. Qué te voy a contar si, además, juega Messi a las 3.00 de la madrugada y te levantas para seguir un Colombia-Argentina de Copa América. Un despropósito en términos de descanso, vamos. Quienes me conocen saben que lo que más me gusta del fútbol es vivirlo así, apasionadamente. Alejado de toda razón y abrazado a un forofismo que me impide ver los fueras de juego en los goles anulados al Alavés y me lleva a pedir penalti cada vez que un jugador cae en el área del Madrid.
Una actitud que seguro me haría buen merecedor de una silla en alguno de esos famosos programas de medianoche, donde uno puede encontrar cualquier contenido menos un análisis sosegado de lo que ha ocurrido en el verde. Y reconocerlo sonroja. Pero si bien puede rozar lo ridículo, al menos por el momento, no alcanza lo preocupante.
Lo que sí preocupa es la tendencia, cada vez más irreversible, de trasladar esa actitud a ámbitos que deberían ser más serios. Y es que en muchos casos, la política ha superado el razonable debate de ideas, la necesaria confrontación de proyectos y la saludable contraposición de formas de entender la sociedad para convertirse en un toma y daca constante de golpes (eso sí, dialécticos) donde lo que se proclama hoy para nada está comprometido por lo que se pudo decir ayer.
Y es que a quienes ostentan la representación de la ciudadanía hay que exigirles un mínimo de coherencia. Con esto no me refiero a que no se pueda cambiar de opinión, evolucionar, rendirse a evidencias o, incluso, aprender. Es posible, positivo y necesario. Lo que no es aceptable es que la opinión sobre cada asunto dependa más del oportunismo político que de los valores y principios propios.
Y en este sentido, hay ejemplos para elegir. Desde quienes pedían al gobierno la declaración del estado de alarma para después quejarse pidiendo libertad -para contagiarse-; hasta quienes hicieron del elevado precio de la luz bandera para, ahora que tienen responsabilidades, decirnos que pongamos la lavadora de madrugada.
Aunque para forofos de la política, algunos de por aquí cerca, que dicen ser ecologistas pero que se oponen a los medios de transporte menos contaminantes o a la implantación de nuevas formas de obtener energía limpia; y lo hacen, cómo no, de la manera más green posible: llenando nuestros pueblos de pancartas de plástico. Parlamentario de EAJ/PNV