ascatastróficas inundaciones que han asolado el oeste de Alemania y el sur de Bélgica y en menor medida sobre otros países fronterizos como Holanda, Suiza o Luxemburgo, en las que se han registrado ya más de doscientos muertos hasta el momento y todavía hay cientos de desaparecidos, han puesto en primer plano el riesgo de inundaciones no solo en esos países sino también en el conjunto de Europa.
Las lluvias han provocado que las tierras se muevan y destrocen las ciudades. Desde árboles arrancados o caídos, casas arrancadas de sus cimientos, puentes rotos, vehículos llevados por la corriente y amontonados entre el barro y el escombro. Todos estos efectos colaterales de las tormentas han sido los culpables de una gran parte de los muertos y desaparecidos.
Según diversos expertos “las inundaciones y las lluvias en la región no son extraordinarias en esta época del año. Lo que sí es extraordinario es su intensidad y la zona tan extensa en la que se han producido”, y no descartan que el cambio climático esté detrás de precipitaciones tan insólitas, cuyas características sí concuerdan, al menos en parte, con lo que se sabe de este problema. En concreto, la intensidad inusual de la lluvia y su concentración en un breve lapso de tiempo.
Lo que ha sorprendido de las inundaciones de la cuenca del Rin es tanto la intensidad como la extensión del fenómeno, con un patrón de lluvia de carácter torrencial más propio de otras latitudes, con precipitaciones de 148 litros por metro cuadrado en 48 horas y, en algunos puntos, hasta 154 litros en 24 horas, cuando lo normal en la región es alcanzar 80 litros en todo el mes de julio. Se han superado récord de precipitaciones en una zona muy extensa, sobre una tierra ya colmada por las lluvias anteriores, y eso ha provocado acumulaciones capaces de arrastrar casas y destrozar carreteras, lo que ha cogido a la población totalmente desprevenida.
La misma canciller alemana, Angela Merkel, ha pedido “actuar mejor y más rápidamente contra el impacto del cambio climático”. Pero también las inundaciones en Alemania y en los demás países indican que existe una asignatura pendiente, y es disponer de las mejores alertas meteorológicas para prevenir inundaciones y efectivos planes de evacuación en zonas inundables y urbanizables.
Aunque es difícil establecer un vínculo directo entre un episodio concreto y la alteración general del clima porque siempre hay un margen de variabilidad natural, sí hay evidencias de que en términos generales el calentamiento global favorece manifestaciones extremas del clima. Los científicos esperan un aumento de los episodios excepcionalmente adversos, pero la intensidad y la frecuencia de los últimos parece indicar un agravamiento de los efectos del cambio climático en relación con las previsiones hasta ahora contempladas.
Por otra parte, conocíamos la vulnerabilidad de los países pobres o en vías de desarrollo ante las alteraciones del clima, pero las olas de calor desatadas en Canadá y EEUU, así como los incendios en California a causa de la sequía, o las gravísimas inundaciones en el Centroeuropa es una prueba demostrativa de que nadie está a salvo de sus consecuencias.
El IPCC, el panel intergubernamental de expertos internacionales creado hace más de tres décadas para sentar las bases científicas sobre el cambio climático, conocido por el acrónimo en inglés IPCC, advertía en su último informe (que data de 2018) de que, a medida que el planeta supera un grado de temperatura respecto a la era preindustrial, aumentarán los riesgos e impactos para la salud humana y el medio ambiente de “fenómenos meteorológicos extremos como inundaciones, olas de calor, huracanes, etcétera”.
Los efectos del cambio climático no se limitan a hacer más áridos los lugares secos. El clima es un sistema complejo de interacciones en todo el planeta y la alteración de los patrones climáticos puede afectar a cualquier lugar. Lo alarmante ahora es la aceleración que parece experimentar este proceso. De lo ocurrido se desprende que hay que avanzar más rápido hacia la descarbonización total de la economía para reducir las emisiones de forma significativa y frenar así un proceso que va a más, y donde no se dan los pasos necesarios e imprescindibles para cambiar el modelo basado en el uso intensivo de los combustibles fósiles, que está en la causa del problema.
Las inundaciones en Centroeuropa nos recuerdan también el riesgo que existen en numerosas zonas del Estado español donde se estima que hay 50.000 viviendas y edificaciones que están en esa situación. Muchas de ellas construidas al igual que en Centroeuropa en las llamadas llanuras de inundación, que el caso de crecida de los cursos fluviales, quedan afectadas por el agua. El urbanismo caótico desarrollado durante décadas ha hecho que numerosas zonas en el Estado español sufran continuamente el riesgo de inundaciones. Eso lo hemos conocido también con las inundaciones que han tenido lugar en Euskadi.
Euskadi cuenta con cien zonas de especial riesgo de inundaciones, que se sitúan sobre todo en la vertiente cantábrica y que abarcan una longitud fluvial superior a los 400 kilómetros, según se recoge en los documentos que, en cumplimiento de la normativa europea, se han realizado para identificar estos puntos en nuestra comunidad.
Uno de los mayores retos de la gestión del agua en Euskadi es reducir el riesgo de inundaciones, a través de una política de prevención, especialmente en las zonas en que este riesgo es mayor, mediante la combinación de diversas medidas. Una de ellas es que los nuevos asentamientos urbanos y las nuevas infraestructuras deben situarse en zonas seguras. Y en esto tiene mucho que ver la concepción errónea que muchas veces se tiene de los ríos, en la que no se tiene en cuenta de que los ríos son sistemas vivos y dinámicos, y que, por tanto, hay que dotar a los ríos del necesario espacio para su expansión.
Pero, ¿qué hacemos con el pasivo histórico? ¿Qué hacemos con los cascos urbanos y polígonos industriales sometidos a alto riesgo de inundación? No se puede dar una solución genérica. Cada zona es diferente y exigirá una solución concreta, enmarcada, eso sí, en un plan a escala de cuenca. Opino que las soluciones de ingeniería clásica se tienen que dejar para los casos extremos en que no haya otra opción viable, que se deben ejecutar con el máximo respeto ambiental. Esta línea de actuación ya se viene haciendo en diversas ciudades y municipios a través de la Agencia Vasca del Agua (URA), dependiente del Departamento de Desarrollo Económico y Sostenibilidad del Gobierno vasco, en colaboración con las demás instituciones de Euskadi, como es el caso de Donostia, Getxo, Zalla, Gasteiz, Tolosa y otros tantos de nuestra comunidad.
* Experto en temas ambientales, Premio Nacional de Medio Ambiente y Premio Periodismo Ambiental de Euskadi 2019