n gobernante, un gobierno, debe ser legal y legítimo. La legalidad la otorga la Constitución o Carta Magna, pero la legitimación la otorga la población del Estado bien por consenso social o bien sometido por la fuerza.

Para que se logre la legitimación por el consenso social hay tres bases históricas: la legitimación por leyenda (reyes y príncipes), la legitimación por decisión (dictadura, despotismo) y la legitimación por procedimiento (estado de derecho).

En el caso de Cuba, el poder político de la llamada Revolución se instauró por la fuerza, tras una guerra civil, pero a partir de ahí, impuesta la pena de muerte por medio y el crimen político, creció la leyenda del líder, autonombrado Comandante en Jefe de la Revolución. Fidel Castro y su equipo, venidos de la burguesía, alimentaron la leyenda de una herencia de lucha por la independencia y la soberanía por más de un siglo. Así, la base del nuevo poder político fue la legitimación por leyenda, al amparo de la fuerza y de la correlación de fuerzas a su favor.

Una década después, ante el fracaso de la zafra de los diez millones de toneladas de azúcar (1970), la autoridad del líder ha alcanzado el más alto nivel, pero la gradual desaparición de las rémoras económicas del capitalismo causó un giro legitimador hacia la dictadura, al estilo de Hitler y otros tiranos de la historia contemporánea. Esto es, que la voluntad del líder se hace ley y procedimiento y cultura.

La legitimación por decisión implica que nadie puede ejercer ninguna franja de poder si no es por la voluntad del líder. Es como si el gran jefe te ungiera de la sustancia de la autoridad. Fiscales, jueces, mandos policiales, cabezas de la autoridad local... Todas las personas con relativo poder eran la emanación del poder supremo.

La legitimación por decisión sólo puede durar mientras exista un estado de guerra o de confrontación política y bélica importante, de ahí que el Estado estuviera más pendiente de la política de los Estados Unidos que de los aliados comunistas. El Comandante en Jefe mantenía su estado legendario también debido a ese vínculo histórico de enfrentamiento contra el gigante, el mito de David y Goliat.

Cuando Fidel Castro se retira, ya enfermo y delirante, le sucede su hermano, también legendario, quien aumenta la propaganda de la leyenda y de lo que es ya sólo un símbolo: la Revolución, un ente intangible, indefinible al perder sus principios, una bandera rota. Sabía que la leyenda era lo único que les quedaba, pues otros pilares ardían ya: la igualdad social, la educación, la sanidad pública, la cultura, al punto que esto ha quedado arrasado. Ni siquiera pueden apelar a las bondades del estado interventor, ni siquiera pueden apelar a un futuro, pues nunca lo hubo, todo era una espiral hacia el agujero negro de su galaxia.

Ahora mismo el poder político no tiene legitimidad social. El líder actual fue bautizado y sacado al altar sin haber pasado el catecismo ni pasar por el via crucis. No hay leyenda, no hay la autoridad suficiente para decidir y mandar. Tampoco hay elocuencia ni estética del poder como antes (barbas, gorras, galones, uniformes verde olivo), se funde la cadena de propaganda y el poder disciplinar.

Hay una crisis económica y una alta desintegración social, pero lo que está causando la revuelta es la pérdida de la legitimidad social del poder político liderado por un advenedizo, hablando en términos de leyenda.

* Sociólogo del Derecho