oy 22 de mayo se celebra el Día Mundial de la Biodiversidad instaurado por la Asamblea General de Naciones Unidas el 20 de diciembre de 2000, una jornada para aumentar nuestra consideración con el medio y sobre su degradación causada por la acción humana. La biodiversidad abarca toda la vasta red de la vida en el planeta. Fundamenta nuestra economía y nuestro bienestar.

El papel de la diversidad biológica es clave para mitigar las alteraciones climáticas, garantizar la seguridad alimentaria e hídrica y prevenir pandemias como la que ahora azota al mundo. Al destruir la biodiversidad se alteran las cadenas ecológicas y tróficas de forma que se reduce el control natural establecido por la propia naturaleza.

Por tanto, si no preservamos la biodiversidad y desaparecen todo tipo de especies, desde bacterias microscópicas hasta grandes mamíferos, nuestra salud se ve gravemente afectada al incrementarse el riesgo de que aparezcan enfermedades infecciosas como el covid-19.

Según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF por sus siglas en inglés), cada cuatro meses surge, de media, una nueva enfermedad infecciosa en los humanos. Algo que no debe extrañarnos teniendo en cuenta que más del 70% de las enfermedades humanas tienen origen zoonótico, es decir, se producen cuando los microorganismos patógenos se transmiten al ser humano a través de una especie animal.

Entre las zoonosis, ya sean víricas o bacterianas, se encuentran el SARS-COV-2 (causante del covid-19), el sida, el ébola, la gripe aviar, la gripe estacional, el Síndrome Respiratorio de Medio Oriente (MERS), el Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS), el virus del zika o la salmonelosis.

Los efectos del cambio climático sobre nuestra salud también son enormes: todos los años fallecen cientos de miles de personas por olas de calor, sequías, inundaciones, ciclones, incendios forestales, inseguridad alimentaria y hambruna o por la transmisión de enfermedades como el dengue.

Según un reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la humanidad ha sido responsable de desplazamiento de un millón de especies, de los ocho millones que conocemos, al borde de la extinción. Muchas de ellas han desaparecido por el camino y las que han sobrevivido han quedado gravemente afectadas.

Sin embargo, nuestro modelo de producción no solo está aniquilando a las especies, sino que está aniquilando los ecosistemas enteros. El problema es que la humanidad continúa avanzando por esta senda, olvidando que tanto nuestro propio bienestar como el de la propia economía están supeditados al mantenimiento de la integridad y resiliencia de los ecosistemas, así como a las especies que están desapareciendo.

Cualquiera de los servicios ecosistémicos de los que disponemos, como el agua, energía o los alimentos, dependen por completo de unos ecosistemas saludables. En el momento que se realizan cambios en alguno de los elementos que componen la diversidad biológica, se producirán cambios en todo el sistema de vida y, como consecuencia, producir efectos negativos en él.

El coronavirus es una de esas consecuencias. La reducción de la biodiversidad ha producido que desaparezca uno de los servicios ecosistémicos que nos ofrecía la naturaleza, que no era otro aquel que nos protegía contra los patógenos naturales. Al simplificar el ecosistema a través de su destrucción, hemos provocado que estrechemos nuestro contacto con los animales que portan patógenos nocivos para nosotros y, por tanto, somos más vulnerables a futuras pandemias, como la que estamos sufriendo.

La principal razón de la crisis climática y de la pérdida de la biodiversidad reside en unos patrones no sostenibles de producción y consumo, basado en la fabricación, uso y posterior desecho al medio sin ningún miramiento. Así pues, la extracción de los nuevos materiales para mantener la economía lineal -producir, usar y desechar- ha supuesto la destrucción del 90% de la pérdida de biodiversidad y la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero.

En Europa, la causa principal de la pérdida de biodiversidad es la modificación del uso del suelo. Las prácticas agrícolas y forestales se han vuelto más intensivas, utilizan más aditivos químicos, dejan menos espacio entre campos de cultivo y utilizan una menor variedad de cultivos.

Parece que hemos llegado a un punto de no retorno, y una de las mayores preocupaciones sobre el cambio climático y la pérdida de biodiversidad es la existencia de puntos de inflexión. Se trata de umbrales críticos que no deberían alcanzarse nunca ya que, si se traspasan, se podrían desencadenar cambios bruscos e importantes que harían que un sistema pasara a un estado diferente.

Los numerosos informes emitidos por los paneles de expertos, indican que la crisis climática ya no se puede frenar, pero que aún estamos a tiempo de mitigar una buena parte de los impactos, siempre que actuemos desde ya con toda firmeza. Se acaba el tiempo.

En el caso de Euskadi, existen ecosistemas que continúan degradados y es necesario continuar trabajando para que los medios marinos y terrestres de Euskadi alcancen y se mantengan en un estado favorable de conservación.

La Estrategia de Biodiversidad del País Vasco 2030 es el instrumento que establece las prioridades y compromisos en materia de patrimonio natural en Euskadi. Esta iniciativa está alineada con el Plan Estratégico para la Diversidad Biológica 2011-2020, derivado del Convenio de Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica, la Estrategia de la Unión Europea sobre la Biodiversidad hasta 2020 y el Plan Estratégico Estatal del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad 2011-2017.

Esta estrategia se alinea también con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, aprobados en 2015. Uno de estos objetivos establece “promover el uso sostenible de los ecosistemas terrestres, luchar contra la desertificación, detener e invertir la degradación de las tierras y frenar la pérdida de la diversidad biológica”.

La crisis del coronavirus ha demostrado cuán vulnerables somos todos y cuán importante es restablecer el equilibrio entre la actividad humana y la naturaleza. El cambio climático y la pérdida de biodiversidad son un peligro claro y presente para la humanidad. Por tanto, conservar y restaurar la biodiversidad y los ecosistemas puede ser fundamental para hacer frente al cambio climático.

Hoy, y bajo la crisis del coronavirus, debemos aprovechar el momento para reflexionar sobre nuestros actos y aprovechar este contexto como una oportunidad de labrar un futuro medioambiental saludable, porque si no lo hacemos, solo nos quedará tumbarnos para esperar nuestro amargo final.

Está en nuestro poder proteger la naturaleza, así que aprovechemos la oportunidad, mientras quede aún tiempo. * Experto en temas ambientales, Premio Nacional de Medio Ambiente y Premio Periodismo Ambiental de Euskadi 2019