l presidente del Real Madrid, el multimillonario Florentino Pérez, ha dicho que su proyecto de Superliga nacía para salvar el fútbol. Se refería a la caída de ingresos de su club en los últimos meses y a su incapacidad de competir económicamente con otros clubes con mayores ingresos. Es decir, hablaba de dinero. Cuando hablaba de salvar al fútbol, en realidad quería decir salvar sus ingresos, al coste que fuese. Y que el resto del mundo se hunda…

Al conocer la noticia, que ha supuesto una conmoción en el mundo del fútbol, la UEFA, el organismo regulador de las competiciones europeas, acusó de traición y de falta de solidaridad a los clubes que proponían la nueva competición. No le falta razón, claro, pero también ha visto peligrar su situación de monopolio en un ámbito, el fútbol, que hasta ahora domina con mano de hierro. Esta misma organización ha estado semanas presionando al Gobierno vasco para que suavice las medidas sanitarias y poder así acoger público en los estadios durante la Eurocopa. El objetivo es poder garantizar sus ingresos previstos. Es decir, están hablando, sobre todo, de dinero. La UEFA y la FIFA, cuando firman los contratos con las ciudades sede de sus competiciones (Eurocopas, Mundiales, etc.) obligan a las autoridades públicas de esas ciudades y países a firmar una serie de exenciones fiscales para los ingresos que obtienen. Dinero y más dinero.

Podemos seguir con LaLiga. Hace tiempo que los partidos se ponen a cualquier día y a cualquier hora, únicamente guiados por el supuesto interés económico de las televisiones. Y se pueden cambiar en el momento que les apetezca. No importa que los aficionados y las peñas ya no puedan preparar sus viajes para animar a sus equipos fuera, porque hasta pocos días antes nadie sabe cuándo se jugará el partido. Ya no son los clubes ni sus organizaciones quienes establecen el calendario ni los horarios. No importa la saturación de partidos, ni la salud de los jugadores ni favorecer que los aficionados puedan acudir al campo. Solo prima el dinero.

Sin embargo, todos hablan del fútbol como un deporte, como algo que une, hablan de solidaridad con los clubes más modestos y del fútbol base, y del femenino… Son cosas muy bonitas, que saben que llegan al corazón de los aficionados. Pero lo dicen porque creen que queda bien, que es lo políticamente correcto.

En realidad, ¿qué es el fútbol? Kevin De Bruyne, el jugador del Manchester City, ha dicho que, aunque sabe que es un negocio, él no olvida al niño que amaba jugar al fútbol y que soñaba con enfrentarse a los mejores jugadores y equipos. Su entrenador, Pep Guardiola, ha afirmado que una Superliga que sea cerrada, en la que algunos clubes no puedan salir ni otros entrar en base a sus méritos, no es deporte. Es una reflexión interesante.

Hace años, cuando comenzaba la Liga y todos los medios de comunicación iban calentando el ambiente después del parón veraniego, un aficionado decía en un foro: ¡Qué bien! Comienza otro año más una liga que sé que mi equipo no puede ganar…

Sin embargo, no han sido los equipos maltratados y marginados quienes han iniciado la revuelta contra un sistema injusto. Han sido los ricos, esos clubes que sí pueden ganar todas las competiciones, quienes, según varios periódicos, se han hartado. Los clubes que han ganado la inmensa mayoría de las últimas 30 ligas y varias de las últimas 10 copas de Europa son los indignados. Los clubes que pueden fichar jugadores de otros equipos una vez iniciada la competición, los clubes que se gastan 600 millones de euros cada año en fútbol, piden más dinero.

La universidad pública vasca (UPV/EHU) tiene este año un presupuesto de 437 millones de euros. Con ese dinero se dan clases a unos 40.000 alumnos y emplea a más de 4.000 profesores y profesoras, genera cientos de tesis e investigaciones anuales y es un importante factor de desarrollo del país. Todo eso con 437 millones de euros. Los clubes de la revuelta manejan presupuestos de más de 600 millones de euros. Cada año. Es bueno recordarlo, porque esas cifras tienen tal magnitud que es fácil perder la perspectiva. En medio de una pandemia, el día que la noticia era el despido de miles de trabajadores y trabajadoras en un gran banco, con huelgas en numerosas empresas y miles de desempleados; ese día, los ricos del fútbol se han hartado.

Pero no hay que elegir entre los clubes ricos, con sus jeques y multimillonarios directivos, y los jerarcas de la UEFA. La UEFA, en realidad, siendo mejor que el grupo de millonarios, tampoco es una entidad pública que defienda únicamente el interés general y la solidaridad. Es una extraña mezcla de entidad privada (para el negocio) y pública (que le da capacidad regulatoria).

Esta revuelta de los ricos habría que aprovecharla para reflexionar más a fondo sobre la cuestión. ¿Qué es el fútbol? Es un deporte, es pasión, es gente unida, es rivalidad y es competición, pero para que haya competición deben haber unas condiciones de relativa igualdad entre los participantes. No puede haber competición si siempre gana el mismo. La competición de una liga de 20 equipos no puede reducirse, año tras año, a ver cuál de dos equipos la gana.

El fútbol es otra cosa. Hace dos años vi a una niña de 5 años decir con los ojos brillantes: “¡Aita, hoy he jugado a fútbol!”. Y su aita le respondió: “Pero si has jugado muchas veces, y has visto todos los partidos en San Mamés desde que tenías 2 años”. “No aita, HOY he jugado a fútbol”. Esa niña quería decir que había descubierto la pasión por jugar. Y sigue jugando todos los días, hasta que sus padres le llaman por cuarta vez para comer o cenar. Eso es el fútbol.

El fútbol no tiene la dimensión que tiene por el dinero ni por la televisión. El fútbol es global y arrastra a millones de personas por la pasión por el juego, y por la facilidad para jugarlo. Solo hace falta un balón, una bola de trapo o una lata. Y ya está.

Creo que hay un ejemplo perfecto de qué es el fútbol y lo que significa. Sucedió el 24 de diciembre de 1914. Los ejércitos alemán, británico y francés llevaban meses matándose en las trincheras de Europa occidental, sin avanzar ni un paso. Los cientos de miles de soldados que partieron al frente lo hicieron pensando que aquello sería una guerra breve, una más, y que estarían en casa en navidades con su familia. Lejos de ello, las semanas y los meses pasaban y lo único que avanzaba era el número de muertos. Un par de días antes de Navidad la moral estaba muy baja en ambos bandos. El káiser alemán, consciente de ello, envió algunos regalos a los chicos del frente. Los alemanes se animaron un poco, encendieron velas y cantaron villancicos. Aquellas canciones tenían la misma melodía en todos los idiomas. Cantaban en alemán, pero la música era reconocible para los británicos y franceses. Cada uno cantaba en su lengua. A veces unos comenzaban y los otros les seguían. Se creó un espíritu navideño en medio de aquella catástrofe humana.

Un teniente alemán se alzó sobre la trinchera, desarmado, llamando a sus enemigos. Nadie disparó. El alemán se acercó con los brazos en alto y esperó. Un británico fue a su encuentro. Hablaron un poco. Acordaron no disparar el día de Navidad. La noticia se extendió por el frente. No hubo disparos la Navidad de 1914 en todo el frente occidental. Los soldados de ambos lados salieron sin armas, charlaron entre sí e intercambiaron regalos, hablaron de sus novias y esposas, comieron juntos... Y jugaron al fútbol.

Alguien sacó un balón y espontáneamente comenzaron a jugar. En Ypres, la ciudad donde murieron casi 55.000 soldados en cinco batallas consecutivas, aquel día se jugó al fútbol. Esa fue la primera copa de Europa, y la más valiosa. Sin cámaras de televisión, ni UEFA, ni estadios, ni millonarios. Alguien tenía un balón incluso en el frente. Eso es el fútbol, y eso es lo que debemos recuperar.

El autor es profesor de Relaciones Internacionales UPV-EHU