espués de una campaña electoral atípica, con la sombra de la pandemia cubriendo una parte importante de la misma y un nivel de tensión, a menudo innecesaria, que ha ocultado la parte fundamental del debate, llegó el día de la verdad y ya tenemos los resultados.
Resulta curioso que en el bronco debate final celebrado en La Sexta, los nueve participantes utilizaran como talismán la palabra “cambio”. Genera muchas dudas que lo pudieran hacer quienes están en el Gobierno, o sea ERC, Junts per Catalunya y PDeCAT, porque se debería entender que intentaban seguir en el poder y por tanto que no se diera ese cambio que defendían con la boca pequeña. Pero ya se sabe que en la política actual vale todo y más aún a tres días de una cita electoral. Si por curiosidad recurrimos al diccionario de la RAE para conocer el significado de esa palabra, más concretamente de “cambiar”, nos señala que es “convertir algo en otra cosa, a menudo su contraria”. ¿Puede alguien que se encuentra gobernando, plantear a la ciudadanía que si resulta victorioso tendrá un cambio, o sea que será lo contrario de lo que existe ahora? Para que exista un cambio algo debe variar y no parece que al menos una parte de los nueve candidatos, los independentistas, lo deseen. Evidentemente no, y eso significa que los tres partidos, incluso la CUP que les apoya desde fuera, prometieron algo que no iban a cumplir y lo que es más grave, a sabiendas de que lo estaban haciendo.
Se habla mucho de la necesidad de dignificar la actividad política, de reinventarla, incluso refundarla como un intento de volver a recuperar la confianza de una ciudadanía cada vez más alejada de ella. No se podrá hacer mintiendo, ofreciendo lo imposible y no es la primera vez que lo hacen. Ya ocurrió en 2017 cuando aseguraron que Catalunya sería independiente y hoy casi cuatro años después continúa aún sumida en pleno bucle melancólico. El problema no es la baja catadura moral de ese tipo de praxis política, no solo allí, también aquí, sino que una sociedad que debiera ser madura para castigar a quienes la practican, continúa sin ninguna capacidad de reacción a la vista de los resultados finales.
Así hemos llegado a los datos electorales del 14-F, que parecen más de lo mismo, no en lo que podríamos definir como tácticos en los que sí ha habido cambios significativos, sino en lo estratégico. Comenzando por el ganador que ha pasado de ser Cs en 2017 a PSC ahora, debido fundamentalmente a la valiente jugada maestra de Sánchez-Redondo, que ha conseguido un importante ascenso a través del mal llamado efecto Illa, ya que las medallas se las debe llevar ese dueto.
La debacle de PP y especialmente Cs, más la preocupante entrada con fuerza de Vox. Que la extrema derecha irrumpa de esa manera en el Parlament (ya lo hizo hace meses en el Parlamento Vasco), con 11 parlamentarios y nada menos que 217.000 votos, debe ocupar y preocupar a todos los demócratas.
El resto, más o menos lo previsto, incluida la histórica baja participación que los sociólogos deberán analizar si ha sido debida a la pandemia, a una ciudadanía harta de sus políticos, o a la suma de ambas circunstancias.
Es curioso cómo hace apenas unos años, desde Euskadi y Navarra mirábamos con envidia la situación de Catalunya, echando de menos su capacidad de diálogo, entendimiento y acuerdo. Eran los tiempos de los tripartitos liderados por Pasqual Maragall primero y Montilla después. Un charnego atípico que fue capaz de entenderse con ERC e IC. Con un PSC federalista e independiente del PSOE y una ERC pragmática en la que su alma de izquierda se imponía a la independentista. Por eso resultaba habitual ver a Zapatero dialogando y acordando con Carod Rovira o Puigcercós.
Visto desde ahora aquello parece absolutamente inverosímil, pero conviene recordar que hubo un instante de su historia, de nuestra historia, en el que fue posible, incluso que José María Aznar presidente “hablara catalán en la intimidad” con Jordi Pujol. Por esa razón sería muy positivo para Catalunya y para España, que en este momento miraran más a menudo hacia Euskadi y Navarra, para aprender de nuestra ejemplar experiencia.
Pero centrándonos en el nuevo escenario que abren estos resultados, la primera conclusión sería que, aunque algunas cosas han cambiado, no lo ha hecho la confrontación independentistas-no independentistas. Todo sigue igual en ese apartado. Existen cuatro circunstancias que se mantienen desde los comicios de 2017.
1.- Vuelve a ganar las elecciones un partido no independentista.
2.- Nuevamente el soberanismo vence al constitucionalismo, incluso con más holgura pasando de 70-65 a 74-61 (quitando a Vox, 50). Por cierto, beneficiados por un sistema electoral injusto que produce un efecto perverso. Con un sistema proporcional provincial puro el independentismo habría sacado 70 escaños y con circunscripción única 69.
3.- Escuchando las intervenciones de la noche electoral, si se opta de nuevo por un gobierno ERC-JxCat necesitan otra vez el molesto apoyo de una CUP crecida, con un discurso aún más beligerante.
4.- De nuevo si tomamos en consideración la dialéctica izquierda-derecha, la primera vuelve a ganar esta vez por goleada, de un 74-61 se pasa a un contundente 83-52.
Pero sí existe en esta ocasión un elemento diferenciador de gran importancia, además de la alta abstención que ha beneficiado claramente a un independentismo movilizado; que en esta ocasión han superado por primera vez el 50 % de los votos.
¿Qué podemos, o mejor debemos, hacer a partir de ahora? La primera consecuencia es que de las tres hipótesis posibles antes de estas elecciones, un gobierno independentista de nuevo, uno constitucionalista, o uno transversal, dos caen, la segunda por números y la última por intenciones. Todo apunta a que será la primera posibilidad. Pero esta se podrá consolidar con dificultades extraordinarias, por el necesario apoyo de las CUP y el hecho de que como ha quedado demostrado ERC y JxCat no se soportan.
Pere Aragonès se perfila así como president de Catalunya, pero con una ERC recelosa de Junts per Catalunya, una CUP fortalecida que mantiene intacta su carácter decisivo y radical, y casi la mitad del electorado en la otra orilla de ese río de nuevo con aguas turbulentas, le va a resultar muy complejo gobernar. Especialmente si el Gobierno del Estado blande de nuevo su espada dispuesto a cortarle la cabeza.
Todo lo comentado nos puede llevar a una situación absolutamente diabólica de cuatro años más de bloqueo, que Catalunya no se puede permitir. ¿Es lo deseable? ¿Teniendo en cuenta los intereses de Catalunya e incluso de España es beneficioso o perjudicial? Indudablemente perjudica a ambas, más aún con el foco internacional fijado sobre nosotros, la economía pendiente de un hilo, más la pandemia dando aún golpes contundentes.
Por eso va a ser necesaria ahora más que nunca mucha mano izquierda. El independentismo debe entender, que a pesar de tener ahora la soñada mayoría absoluta en votos la vía de la DUI ha quedado definitivamente bloqueada, como ya apuntaban durante la campaña desde ERC y también desde los sectores sensatos de PDeCAT.
Por eso ERC debería ser valiente sin que le tiemblen las piernas como hasta ahora, caminando hacia una acumulación de fuerzas transversales de izquierdas con socialistas y comunes, para en un plazo razonable de dos o tres años conseguir pactar un referéndum con el Estado.
Quizás el Gobierno de Draghi recientemente constituido en Italia, con políticos y técnicos, les enseñe una senda por la que transitar en situación de bloqueo. Un tiempo de tregua que tranquilice al sector empresarial y financiero, permita curar las heridas sociales. Tenemos ahora ese margen de más de dos años y medio hasta las próximas elecciones que se podría aprovechar.
El 14-F la ciudadanía catalana ha dictado sentencia. Vistos los resultados fríamente dan la sensación de que al ser tan complejos perjudican seriamente a Catalunya y a España. Pero hay que mantener la esperanza de que esta vez obliguen a soluciones novedosas. ¿Sería una hipótesis descabellada que ERC renuncie a depender de una CUP irresponsable y de Junts per Catalunya echado al monte y se apoye en sectores sensatos constitucionalistas como los comunes, con los socialistas apoyando desde fuera? ¿Se puede en el Estado crear un caldo de cultivo, desde una posición conjunta de PSOE y Podemos, para aportar soluciones a corto y largo plazo? ¿Están dispuestos Sánchez e Iglesias a solucionar las viejas tensiones centro-periferia heredadas de la Transición?
Ojalá la valentía que a veces demuestran Pedro Sánchez y Oriol Junqueras les lleve a la audacia de tomar decisiones trascendentes que rompan esa dinámica perversa. Para eso en ambas partes, ERC y PSOE-Podemos, hace falta mucha generosidad e imaginación que consiga encontrar nuevas soluciones para viejos problemas.
Una conjura de fuerzas que mueva ficha, en especial destensando la presión penitenciaria con los indultos definitivos, un acuerdo en el tema fiscal, a medio plazo buscar encaje para el derecho a decidir y a largo abrir el camino hacia un Estado Federal Plurinacional. Una nueva España como Nación de Naciones, una casa común en la que todos nos encontremos cómodos. Para lograrlo necesitamos estadistas valientes.
Pero eso ya, es otra historia. Veremos…
El autor es exparlamentario y concejal del PSN-PSOE