n las últimas decisiones de la Unión Europea (UE) hay hechos, a mi juicio, importantes e innovadores. En primer lugar, la rapidez en decidir la intervención por parte de la UE. Hecho insólito, si bien conviene tener en cuenta que la presidencia correspondía, en este turno, a Alemania.

Por otra parte, la aceptación de una proporcionalidad en el acceso a las ayudas ligada directamente al nivel e intensidad del deterioro económico -a mayor deterioro, mayor ayuda- supone, de facto, la aceptación del principio de asimetría, lo que abre una importante perspectiva a la hora de enfocar otros aspectos de la realidad de la Unión.

En último lugar, parece que la superación, al menos momentánea, de los dos tabúes indicados en el artículo anterior, sobre la fijación de nuevos impuestos, fundamentalmente indirectos, a nivel europeo y el endeudamiento como Unión, abren la puerta a determinadas decisiones potenciales, utilizando mecanismos diferentes al de la unanimidad.

Conviene realizar una clara referencia a España. La UE, ya lo he mencionado, establece unos criterios muy estrictos para aprobar los proyectos. España no solo ha de ser muy exigente, realmente, con los proyectos que decida presentar, sino que, además, la recepción y utilización de los Fondos de Recuperación exigen contar con un método de gestión de los mismos rápido, eficiente y transparente.

Considero que un sistema eficiente debe entenderse como aquél en el cual el tiempo empleado en la aprobación, adjudicación y traspaso de los fondos, sea claramente menor que el tiempo medio utilizado en la tramitación habitual de expedientes similares. Además, la selección de proyectos debe sustentarse en una mayor probabilidad de éxito relacionado con los tres objetivos comunitarios, desterrando la tentación del amiguismo, cuya presencia en la Administración española es bastante considerable. Ello supone realizar una necesaria e imprescindible innovación en los sistemas aplicados en las tramitaciones de expedientes de ayudas, por parte de la Administración General del Estado.

¿Deberíamos preguntarnos qué Europa queremos? Por supuesto, y también la que no queremos.

Si uno repasa encuestas, declaraciones, entrevistas, documentos fundacionales y desarrolladores de la idea de Europa como un espacio único en sentido administrativo, político, económico y sociológico, dibujaríamos un mapa que podríamos denominar un Espacio de Valores.

¿Un Espacio de Valores? En efecto, una Europa que pudiera resultar -que debe resultar- un área sólida y fiable, tanto para sus países componentes, como para terceros. Influyente en el mundo, especialmente en los planos social, tecnológico, de seguridad y defensa. Pero, además, un espacio solidario tanto interna como externamente.

Todo ello adobado con más civismo, en el sentido de un mayor protagonismo de la sociedad civil en términos de comportamiento y de presencia, sin que esta sea preciso acotarla previamente con concreciones castrantes. Y, por supuesto, más democracia, concepto alejado aquí en su apreciación de los planteamientos populistas y más ligado a la consolidación de procesos no plebiscitarios de abajo a arriba -ascendentes- y cuya presencia en la sociedad sea mayor que la que disfrutan planteamientos de arriba hacia abajo -descendentes-.

Ahora bien, uno de los puntos débiles de la UE consiste en la lentitud de la toma de decisiones, motivada por el propio Tratado y la condición de la unanimidad. Asunto de imprescindible y rápido tratamiento.

Esta acción, la toma de decisiones, podría basarse en el Grupo de los Cinco: Alemania, Bélgica, España, Francia e Italia, principales valedores del Fondo de Reconstrucción, tal y como en algunos momentos se ha puesto sobre la mesa. Pudiéndose aplicar dicho diseño y compromiso sobre siete grandes pactos: Política Fiscal, Seguridad y Defensa, Educación, Sanidad, Migración, Política de I+D+i, no solo en el campo tecnológico, secularmente ligados, sino también en otros campos fundamentales, como es el caso jurídico y, por último, Economía Verde.

En definitiva, no debemos, ni podemos conformarnos con una UE desestructurada y poco influyente; con una UE lenta en sus reformas, marchando detrás de las evoluciones reales de la sociedad; con una UE esclava de las elites tradicionales.

Probablemente sería de interés que la Academia -entendida como ámbito constituido por personas independientes del campo universitario, principalmente pero no exclusivamente, y con conocimiento, prestigio y valentía suficientes como para diseñar la I+D+i de los campos sociológicos y jurídicos necesarios- desarrollase un libro blanco en el cual se describieran el proceso, la metodología y los objetivos intermedios para llegar a una foto final, en el límite de tiempo y forma, en la que se manifieste una UE asimétricamente federal o confederal.

No olvidemos dos hechos prácticos ya producidos: la utilización del criterio de asimetría para la adjudicación del Fondo de Recuperación Económica, y la salida de un socio, Gran Bretaña, del Club Europeo, cuando así lo ha decidido.

El autor es economista