inalmente ocurrió lo que muchos ciudadanos nos temíamos, la aprobación del nuevo proyecto de Ley de Educación, obra de la ministra del ramo, Isabel Celaá. Aún a falta de recorrido parlamentario hasta llegar a ley orgánica, las expectativas no son nada esperanzadoras. Muchísimos padres y educadores estamos preocupados, y con razón,por ser de nuevo esta una iniciativa peligrosa que carece del consenso de todos los actores implicados en la educación y que afecta al futuro de decenas de miles de niños y niñas. La ministra ha eludido todo tipo de diálogo institucional y multilateral, impidiendo incluso la participación de la sociedad civil y de la comunidad educativa en el debate de las enmiendas. Hay mucho malestar. El derecho constitucional a la educación y a la enseñanza de la materia de Religión, señora ministra, es una cuestión de libertad para que los padres elijan, entre un amplio abanico, la educación para sus hijos, incluido por supuesto el colegio público. Estamos en una sociedad plural donde la religión tiene su papel y su larga y honda presencia en muchos ámbitos de nuestra vida. No se trata, señora ministra, ni de privilegios trasnochados ni de falsos adoctrinamientos. Se trata de educar íntegramente al alumnado.

Estamos preocupados porque en la nueva ley, la LOMLOE, la Religión en la escuela está amenazada de muerte. Si no tiene otra asignatura alternativa y si no tiene validez académica, ¿quién la va a elegir?. Irá desapareciendo a corto plazo con lo que ello supone para el conocimiento y la amplitud de miras y en nombre de ese respeto constitucional a elegir libremente la educación. Creo, señora ministra, que confunde laicidad con laicismo. Es verdad que el Estado es constitucionalmente aconfesional y ello implica el deber de las Administraciones Públicas de respetar por ley todas las ideologías y religiones que profesan los ciudadanos. En base a ello, sabiendo que nuestra cultura esta troquelada por la religión cristiana, si en la escuela pública se boicotean los contenidos religiosos, estaremos amputando parte del conocimiento y fomentado la ignorancia en una generación que no será capaz de interpretar todo lo cristiano que hay en nuestro alrededor y que abarca un mundo. A saber, el arte en nuestros museos; en los edificios y calles; en basílicas, ermitas y catedrales; en la historia, la música y la literatura; en las fiestas populares, etc. Sin mencionar que impregna la base de nuestro sistema de valores occidentales o de relaciones sociales. En definitiva, una sociedad fecunda cuando se abre al conocimiento en todas sus dimensiones. La enseñanza de la Religión en la escuela no es una catequesis. Para eso están la familia y la parroquia. La Religión en la educación es una propuesta sistemática de conocimiento reglado, similar a otras materias del currículo, y que hoy más que nunca fortalece el respeto a la pluralidad cultural y religiosa en un país que cada vez es más plural y que no rechaza ampliar miras. Esto es ser laico.

Pero seguramente la señora ministra estará hablando de laicismo, esa ideología que está ya pasada de moda en Europa y que tantos estragos ha causado. Tal vez quiera volver a ese pasado donde algunos querían recluir la religión a las sacristías, sin ninguna relevancia pública. La historia nos debe enseñar en este punto que todas las ideologías y creencias de los ciudadanos tienen una relevancia pública y eso es sano, no censurable como parece que busca esta iniciativa de la señora Celaá. Le pido, señora ministra, aprenda de Europa y de sus modelos educativos. Organizaciones como la UNESCO, la OSCE, el Consejo de Europa y la OCDE asumen la necesidad de contemplar el conocimiento de las distintas cosmovisiones y creencias en la escuela, asumiendo el respeto y la tolerancia de la diversidad religiosa y de las creencias que deben estar presentes en el currículo escolar de forma digna. Es decir, con carga lectiva suficiente para Religión, con alternativa curricular y con plena evaluabilidad académica. Antes de que sea tarde, tenga esto en cuenta señora ministra y, por favor, no desoiga a decenas de miles de familias y educadores, a un sector importante del sistema educativo que demanda esa dimensión importante en la tarea educativa de la escuela.

El autor es responsable de Educación en la Diócesis de Vitoria y profesor de la Universidad del País Vasco