finales de julio, los medios de comunicación daban cuenta de una noticia que llamó la atención: Arantzazu albergará un laboratorio de innovación centrado en el medio ambiente y la acción social.
La innovación, aplicada al ámbito tecnológico y empresarial, es una constante de exigencia funcional, pero ésta quedará coja en orden al bien común si no queda integrada en un proyecto de innovación eco-social de base personal.
La necesidad de la innovación tecnológica y empresarial viene dada por la propia evolución del sistema económico global. Hace unos días leíamos al respecto las declaraciones de una importante gestora de una entidad financiera de primera fila: “Las compañías que no innoven desaparecerán en una década”. La cosa, con todo, no es de ahora. El economista y antropólogo Joseph A. Schumpeter (1883-1950), destacado por su Teoría del desenvolvimiento económico (1911), subraya la importancia de la “innovación” (tecnológica, organizativa, comercial...), al servicio de la buena práctica empresarial en el proceso dinámico de la economía. Con todo, el mismo Schumpeter pone en guardia ante un progreso tecnológico “despersonalizado y automatizado” en el que “la acción de los individuos tiende a ser remplazada por el trabajo de comités y departamentos”. Para que la innovación tecnológica y empresarial tenga “calidad humana” y a la postre redunde en beneficio de una economía sostenible y de una sociedad inclusiva y participativa deberá poner la mirada en una “innovación integral”, desde la misma base de la “innovación personal”.
La innovación personal es el suelo básico de toda posible innovación que quiera tener vitola de carácter humano. Por eso, toda innovación ha de partir de esta elemental pregunta: “¿Qué aporta tal concreta innovación al desarrollo integral de la persona y la sociedad? Poner en el centro de toda innovación a la persona implica tener en cuenta todas sus instancias: a) Contexto socio-cultural, la persona existe en un mundo condicionado por ideas, creencias, normas, valores…; b) Intersubjetividad, la personas crea determinados lazos afectivos y efectivos con otras personas; c) Trabajo-acción, la persona se sitúa en el mundo con capacidad de transformarlo; d) Autoconciencia, la persona tiene capacidad de autoanálisis, reflexión, conciencia...; e) Biografía, cada persona tiene su propia historia. Pero, además de las instancias, la innovación personal, en cuanto tal, parte de la propia Interioridad. Esta es la que permite a la persona hacer suya toda realidad exterior o interior, comunitaria o social, intramundana o trascendente. Es también la que posibilita vivir de dentro afuera cualquier instancia humana, por ejemplo la misma innovación tecnológica y empresarial. La innovación personal es una actividad constante y procesual que implica: ser consciente de lo que toca hacer, mirando de reojo lo que conviene mejorar; renunciar a lo que nos hace mal; aprender a tomar la vida en las manos; preferir autenticidad existencial a seguridad; manejarse en la vida más por principios y valores que por pura utilidad mercantilista. La innovación personal para ser operativa ha de aprender a discernir de forma diferenciada pero complementaria: lo psicológico, lo social, lo ético y lo espiritual. También posibilita forjar la propia identidad, liberándose de identidades sociales (económicas, políticas, culturales, eclesiales…) que despersonalizan e impiden vivir desde la propia autonomía. De este modo, la innovación personal se convierte en tarea y misión para toda la vida.
En los alrededores industriales de Arantzazu, a mediados del siglo pasado, se puso en marcha un proyecto de innovación empresarial y social de gran envergadura: la experiencia cooperativa de Mondragón. Su inspirador, José María Arizmendiarrieta (1915-1976), al referirse al nuevo orden cooperativo, decía: “Primero hombres y luego cooperativas. Lo interesante y la clave no son las cooperativas, sino los cooperativistas; como tampoco es la democracia, sino los demócratas. No tanto ideas cuanto vivencias”. El laboratorio de innovación de Arantzazu es un proyecto que busca integrar dimensiones humanas tan importantes como la ecología y la acción social. En palabras del diputado general de Gipuzkoa, “Arantzazu quiere convertirse en una fuerza innovadora para nuestra sociedad”. Sus patrocinadores lo ven como “un espacio de referencia a favor de una sociedad más humana, justa, cohesionada y competitiva”. Entendemos que el proyecto está bien orientado por cuanto pretende contar no sólo con el apoyo de instituciones empresariales, cooperativas, políticas, universitarias y sociales, sino con la participación de ciudadanos y personas concretas, en un esfuerzo comunitario y social al servicio del bien común, local y universal. Tal proyecto abrirá horizontes de esperanza en la medida que sitúe a la persona como centro de la organización social. Nuestro deseo particular es que el laboratorio de innovación de Arantzazu se ponga al servicio del “desarrollo humano integral”, sin perder el espíritu franciscano: “de dentro afuera” y de “abajo arriba”, en armonía con la naturaleza. ¡Ojalá que Arantzazu sea para las próximas generaciones un referente de innovación integral!
Etiker lo forman Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y Joxe Mari Muñoa