l obispo emérito de San Félix de Araguaia, en la Amazonía, Pere Casaldàliga, ha fallecido a los 92 años en la tierra por la que dio su vida y luchó hasta el fin; a la que amó en sus gentes humildes y marginadas, en medio de la naturaleza explotada por terratenientes que denunció con coraje y valentía y defendió ecológicamente. Fue amenazado de muerte, estuvo a punto de ser destituido por el Vaticano. Pero nada ni nadie le hizo desfallecer en su lucha liberadora por aquella región y por todos los pobres del mundo. Era catalán de Balsereny (Barcelona), solidario con su pueblo, con su lengua, hijo de campesinos, sufrió en su infancia y adolescencia la Guerra Civil y sus secuelas. Como claretiano, después de una breve estancia en África, llegó como misionero a Brasil, en 1968, en plena dictadura militar. Destinado a San Félix de Araguaia (Mato Grosso), un extenso territorio de 150.000 km2, de ríos, selvas y bosques, fue luego su primer obispo, entregado en cuerpo y alma a los marginados, a sus derechos y costumbres, a la defensa de la tierra. Se unió a la lucha liberadora como teólogo de la liberación, de la que fue uno de sus mejores exponentes con su acción y reflexión y cuya teología aprendió en la entrega diaria y arriesgada al servicio de sus gentes: peones, ribereños, pescadores y pueblos indígenas, víctimas de la explotación, de la escasez de servicios, de la violencia de los grandes latifundios, que expulsaban, invadían y devastaban los territorios indígenas, quemando y talando la floresta para implantar sus haciendas de ganado, matando y torturando a quienes se oponían, apoyados por pistoleros a sueldo y muchas veces por instituciones del propio Estado. Todo ello le hizo concienciarse sobre cómo debía ser su servicio como cristiano y como obispo, siguiendo según el Evangelio las causas del Reino de Jesús, según el comentario de Emilia Robles en República cultural de donde tomo estas notas.
No quería ser obispo, pero le convencieron para que lo aceptara por la influencia que desde ese puesto podía ejercer. Sus símbolos episcopales fueron el sombrero de paja sertanejo, en vez de mitra; un remo, sustituyendo al báculo; como anillo episcopal un anillo de tucum (pequeño coco de la región), una sencilla cruz pectoral de madera. Desde su opción liberadora soñó en una “Iglesia vestida solamente de evangelio y sandalias… desnuda de certezas”. Y amar sin límites, en una entrega total. Su casa no tenía puerta ni ventana que se cerraran, igual que la de la mayoría de los habitantes de esas tierras. Nunca aceptó protección policial: “¡Malditas sean / todas las cercas!… / ¡Malditas sean todas las leyes, / amañadas por unas pocas manos / para amparar cercas…!”. De una profunda humanidad y sencillez y , sobre todo, coherencia liberadora: “Yo me atengo a lo dicho: / la justicia, / a pesar de la ley y la costumbre, / a pesar del dinero y la limosna. / La humildad, / para ser yo, verdadero. / La libertad, / para ser hombre. / Y la pobreza, / para ser libre. / La fe, cristiana, / para andar de noche, / y, sobre todo, para andar de día Y, en todo caso, hermanos, / yo me atengo a lo dicho: / ¡la esperanza!”. E interpelaba a un clero que representaban a una Iglesia llena de ritos sin conectar con la vida y la entrega a los demás: “¿Qué daréis por sacramento / si no os dais en lo que deis?”. Con esta coherencia apoyaba con entusiasmo las iniciativas por una Iglesia más libre, más sinodal, abierta y evangélica, participativa y corresponsable, donde mujeres y laicado tuvieran un papel importante, apoyando siempre el diálogo interreligioso.
Varios obispos brasileños (Helder Cámara, Evaristo Arns…), representaban, con Casaldàliga, el papel de una Iglesia profética, defensora de los derechos humanos y de las causas de los oprimidos, respetando las diversas religiones y creencias, en particular de los pueblos indígenas unidos en el proyecto común de la liberación. Su espíritu liberador lo expresó poéticamente en poemas cargados de sentido revolucionario liberador: “Me llamarán subversivo./ Y yo les diré: lo soy. / Por mi pueblo en lucha, vivo. /Con mi pueblo en marcha, voy./ Tengo fe de guerrillero/ y amor de revolución./ Y entre Evangelio y canción/ sufro y digo lo que quiero./ Si escandalizo, primero/ quemé el propio corazón/ al fuego de esta Pasión,/ cruz de Su mismo Madero. Incito a la subversión/ contra el Poder y el Dinero./ Quiero subvertir la Ley/ que pervierte al Pueblo en grey/ y al Gobierno en carnicero. (Mi pastor se hizo Cordero./ Servidor se hizo mi Rey)./ Creo en la Internacional/ de las frentes levantadas,/de la voz de igual a igual…”. Así le describía Leonardo Boff: “Es la figura sencilla, pobre, humilde, espiritual y santa de un obispo que, extranjero, se hizo compatriota, distante se hizo prójimo, y prójimo se hizo hermano de todos, hermano universal”. Obispo de los pobres, pobre con los pobres, luchador por todas sus causas y por la dignidad de los más humildes, su espíritu liberador se alza hoy con renovado impulso por la defensa de la Amazonía y, desde allí, por todos los pueblos de la tierra que luchan por su liberación. Desde Euskal Herria, desde una soñada Euskal Eliza según este espíritu, ¡muito obrigado, moltes gràcies, eskerrik asko, Pere Casaldàliga!
El autor es teólogo/Herria 2000 Eliza