as reflexiones sobre lo que vendrá en el futuro inmediato es sin duda un ejercicio apasionante. La Fundación Agirre Lehendakaria Center ha hecho circular una aportación que sintetiza bien el dilema en que nos encontramos: “Existen dos posibles escenarios futuros y lo que hagamos en los próximos meses irá marcando la tendencia hacia uno u otro. Por un lado, un escenario en el que las narrativas individualistas tomen mayor peso y cada uno busquemos volver a nuestra situación anterior. Este escenario favorece comportamientos autoritarios por parte de los gobiernos que debilitan el empoderamiento ciudadano. La alternativa es un escenario en el que las narrativas colectivas tomen mayor relevancia, en el que valoremos el esfuerzo colectivo para afrontar los grandes retos que nos interpelan y en el que lo comunitario recupere un rol central en todo lo que hacemos. Es decir, un escenario que replique la mentalidad que permitió a la sociedad vasca transformarse de manera exitosa, con valores subyacentes como la solidaridad y la igualdad”.
Comparte esta sintonía Félix Azurmendi, párroco de Azkoitia, quien ha difundido ideas en favor de un pensamiento crítico que nos ayude a contextualizar lo que está pasando y a concebir un nuevo modo de existir, de organizarnos. Y añade que para realizar este ejercicio tenemos un problema: la mediocridad. ¿En qué consiste la mediocridad? se pregunta Azurmendi: consiste en volver a lo de siempre. En su reflexión pone el acento en otro modelo de vivir y de funcionar.
Ambas opiniones no proceden de izquierdistas, sino de personas que conectan con miles, millones, de hombres y mujeres de la sociedad mundial que en estos días de confinamiento hemos coincidido en la misma idea. Lo de antes no es lo que queremos. Lo de antes es el problema.
Por eso son pertinentes preguntas como ¿qué sociedad habitable queremos? ¿Qué vida queremos vivir? Creo que las respuestas pasan por considerar a las personas en su totalidad como seres que debemos vivir el ciclo natural de la vida de forma digna y plena, en armonía con las demás personas y con la naturaleza. Los partidos políticos y las candidaturas políticas deberían centrar su próxima campaña electoral vasca en proponer alternativas de nuevos modelos, en economía, en cohesión social, en vida democrática. Las elecciones vascas debieran ser ejemplo de seriedad y rigor. Las descalificaciones, los sectarismos y la frivolidad deberían penalizarse en las urnas.
En un reciente artículo ya escribí que el buen desarrollo no es una opción, es una necesidad para salvar el planeta. La idea de que no hay límites en este desarrollo convencional que tiene como eje el mercado liberticida es un enorme error, una falacia patrocinada por el mal desarrollo. Ahora estamos viviendo las consecuencias de una ola de privatizaciones y recortes sociales que han dejado a la sociedad muy debilitada, mientras se fortalece el poder concentrado del dinero. No es nuevo. Los efectos malignos de una idea depredadora del desarrollo que convierte en mercancía todo lo que toca, ya los vienen sufriendo el continente africano, amplias regiones de Asia y de América Latina, pero como a nosotros, europeos, nos pillaba lejos, dimos la espalda a esa realidad. De acuerdo con tantas opiniones coincidentes no por casualidad, hay que cambiar el actual modelo económico que destruye sus propias condiciones biofísicas de su existencia,
Es el momento de que una lluvia de críticas al neoliberalismo debería ir acompañada de reflexiones que miren a un presente que caduca y apunten hacia un nuevo futuro. Tengo pues la esperanza de que a alguien le importe lo que digo.
Recuerdo que en cierta ocasión alguien me preguntó: “¿Qué espíritu fuerte puede oponerse al motor económico del capitalismo, a ese deseo de hacer dinero, de hacer negocios y acumular patrimonio, que es algo que en cinco siglos ha resultado ser muy eficaz?”. La pregunta sigue siendo muy buena. Quedé pensativo y le respondí: “El cuidado de la vida, de todas las vidas” que habitamos el planeta, algo tan central que el capitalismo no lo hace ni lo hará. De esto hace unos años y es ahora cuando mi respuesta se vuelve realmente potente. La realidad es que todo el recorrido del capitalismo ha topado con una fuerza externa en forma de pandemia que nos advierte que somos hojas movidas por el viento, extremadamente vulnerables. Lo que ahora sucede no es casual, es producto de una causalidad en la que los seres humanos y nuestro modelo de sociedad mucho tienen que ver.
Necesitamos abrir un proceso de cambios reflexionados. Un proceso en el que nuevas realidades de economía social, solidaria, ecológicamente sostenible convivirán largo tiempo con la realidad del modelo actual. No habrá un cambio milagroso de un día para el otro. Pero como en los años setenta el neoliberalismo emergió teniendo como clave conspirativa las reuniones casi clandestinas de Davos, un nuevo paradigma podría ir abriéndose camino desde nuevas redes globales, locales y territoriales, que apuesten por poner en primer plano las auténticas necesidades de los pueblos, sus territorios y países, necesidades, conocimientos, anhelos y potencialidades. Desde luego las cooperativas en sus diferentes tipos son ya un valor añadido, especialmente las que promueven la democratización de la producción y de las relaciones laborales, y conciben nuevas formas de organización en torno a la autogestión, a los recursos productivos, al consumo, así como al bienestar.
Una diferencia sustancial entre el Buen Vivir y el modelo neoliberal predominante se encuentra en que el primero comporta una visión holística de las personas y sus necesidades. La llamada clase política, tan corta de vista, compite para demostrar que la ciudadanía fija su atención en las cosas de comer. No oigo hablar a los políticos sobre la importancia de la felicidad. Y fíjense, ni siquiera la razón de Estado se puede invocar contra los derechos fundamentales de la humanidad, el derecho a la vida digna y a la búsqueda de la felicidad. Los poderes públicos deben velar por el común, pero de ninguna manera el Buen Vivir propone una estatización de la sociedad y un intervencionismo prepotente. Lo que si propone es un equilibrio que contempla la economía mixta como alternativa.
El fundamento de una nueva economía democrática y solidaria es la introducción de niveles crecientes de cooperación en las actividades de las organizaciones e instituciones económicas, con la finalidad de generar un conjunto de beneficios sociales y culturales que trasciendan el mero beneficio económico y favorezcan a la sociedad en su conjunto. Insisto, hablo de un muy lento amanecer para alcanzar el equilibrio socio-económico. ¿Difícil en todo caso? Mucho. Como que estamos hablando de refundar la sociedad. Pero me gusta la frase de John Lennon al decir: “Si sueñas solo, sólo será un sueño, pero si sueñas con otros será realidad”.
Insisto, el neoliberalismo no va a caer mañana. Pero esta crisis pandémica hace que mucha ciudadanía mire hacia la comunidad, hacia el valor de la solidaridad, a los intereses colectivos. Lo que está de fondo aún sin ser expresado es la búsqueda de alternativas viables a la crisis civilizatoria que estamos enfrentando. El Buen Vivir como respuesta pone en el centro a la sociedad humana, pero también pone a la naturaleza como sujeto de derechos. Como dije en el texto sobre decrecimiento según Cornéluis Castoriadis “el decrecimiento es pararse y pensar que si el único objetivo de la vida es producir y consumir, todo es un absurdo, una humillante idea que debe ser abandonada”. Y el decrecimiento es la piedra angular del Buen Vivir.