esde hace algunos años que viene discutiéndose la necesidad de incorporar un nuevo sistema de medición que evalúe de manera más justa la economía de los países. Desde su creación, el Producto Interior Bruto (PIB), fue desarrollado para recoger en una única cifra la producción económica de los países, con la finalidad de que los gobiernos la utilizaran para la planificación económica.
Siempre fue una medida económica pero nunca un sistema de evaluación de bienestar y, por lo tanto, no tuvo en cuenta cuestiones tan importantes como la salud física y mental, la naturaleza, la igualdad, la cultura, y sinfín de cosas más. Hoy, la realidad y los resultados lo han desbordado y un grupo de expertos pide usar otros indicadores, al margen del PIB, para reflejar de forma más precisa el bienestar, el impacto medioambiental y la desigualdad.
Diversos estudios científicos han determinado que la Naturaleza es un componente fundamental para la buena salud, tanto física como mental. Frecuentar bosques, zonas verdes, jardines, caminos, senderos, observar aves, etcétera, es un ejemplo de ello.
Refiriéndonos más concretamente a los bosques, proporcionan el escenario y los actores de la búsqueda de lo básico, lo necesario y lo práctico. Son, no menos, fuente permanente de inspiración artística como se puede deducir de la variedad y cantidad de expresiones artísticas que lo tienen como referente, como la pintura, la música y un largo etcétera…. acaso porque el alma humana no olvida que el bosque es su verdadero patrimonio fundacional y, por tanto, la herencia común de la humanidad. No es ninguna casualidad, por tanto, las numerosas actividades culturales, de ocio, recreativas, etc., que se realizan en Euskadi en plena naturaleza y en los propios bosques.
Pero todavía más crucial resulta el papel terapéutico de los bosques, en que sobresale la llamada terapia forestal o Baños de Bosque-Oihan Bainua, también conocida como Shinrin Yoku, procedente de Japón, que procura “absorber el bosque” a través de los cinco sentidos para aprovechar sus efectos positivos. Se trata de una práctica que consiste en pasar tiempo en un entorno forestal, con el objetivo de mejorar la salud, el bienestar y la felicidad, y que se ha convertido en un reconocido método de salud, y que también se ha puesto en práctica en Euskadi.
Pero, todavía podríamos señalar un aspecto muy importante a resaltar, y es el papel terapéutico referido al entramado que funciona como sistema inmunológico de la vida del planeta. El bosque es una gigantesca, eficaz y gratuita medicina que, además de sanar las más graves y generalizadas enfermedades ambientales, lo hace de forma sincrónica e incesante. Recordemos que los árboles fijan los principales contaminantes. Casi nada trabaja mejor para limpiar el mundo y su envoltorio que los árboles, y, por tanto, para combatir el cambio climático.
Todo esto viene a cuento, porque el Gobierno laborista de Nueva Zelanda se ha atrevido a poner en marcha sus famosos Presupuestos del Bienestar. Con ellos, el ejecutivo de la primera ministra Jacinda Ardern, antepone a cualquier otro objetivo de crecimiento el de aumentar el bienestar de las personas, multiplicando las inversiones en gasto social y protección del medio ambiente.
De esta manera, Nueva Zelanda es el primer país que ha abandonado la doctrina del crecimiento económico a cualquier precio. En mayo del pasado año, la primera ministra Jacinda Ardern presentó los denominados presupuestos del bienestar, y ahora, en estas fechas, un año después, se analizará su evolución a través de diversos indicadores, antes de las próximas elecciones generales que se celebrarán el próximo 19 de septiembre. Unas cuentas que, por primera vez, han puesto el foco en intentar atajar los problemas más acuciantes de sus casi cinco millones de habitantes: la salud mental de la población, la lucha contra la pobreza infantil, el apoyo a las comunidades indígenas, la transición a una economía baja en emisiones y, por tanto, la lucha contra el cambio climático, y el impulso de la innovación.
Así, Nueva Zelanda ha abierto la brecha de cara a cambiar el modelo económico para hacerlo más humano y sostenible, y, sin duda, lo que hacen falta son nuevos indicadores que estén al servicio de las personas y del planeta.
El Premio Nobel de Economía de 2001, Joseph E. Stiglitz, es el adalid de la corriente que cuestiona el PIB por sus limitaciones como indicador de progreso. Joseph Stiglitz señaló que, “puesto que existe una diferencia creciente entre las informaciones transmitidas por los datos agregados del PIB y las que importan realmente para el bienestar de los individuos, ha llegado el momento de que el sistema estadístico que valora la riqueza de los países se centre más en la medición del bienestar de su población que en la medición de la producción económica”.
Según Joseph E. Stigliz, es el momento de medir la riqueza de los países no por su PIB sino por su IFC (Índice de Felicidad Ciudadana). Para ello es necesario medir cuestiones tan importantes como la calidad medioambiental, la salud y el bienestar de las personas, la igualdad, el funcionamiento del sistema educativo, la cultura o la conservación de la naturaleza.
Resulta que Robert Kennedy, en plena campaña electoral allá por marzo de 1968, lanzó una incisiva crítica a la idea falsa de usar el PIB (Producto Interno Bruto), y su crecimiento, como indicador del grado de felicidad que puede tener un país. Y, dijo lo siguiente: “Nuestro PIB tiene en cuenta, en sus cálculos, la contaminación atmosférica, la publicidad del tabaco y las ambulancias que van a recoger los heridos en nuestras autopistas. Registra los costes de los sistemas de seguridad que instalamos para proteger nuestros hogares y las cárceles en las que encerramos a los que logran irrumpir en ellos. Conlleva la destrucción de nuestros bosques de secuoyas y su sustitución por urbanizaciones caóticas y descontroladas. Incluye la producción de napalm, armas nucleares y vehículos blindados que utiliza nuestra policía antidisturbios para reprimir los estallidos de descontento urbano. Recoge (…) los programas de televisión que ensalzan la violencia con el fin de vender juguetes a los niños. En cambio, el PIB no refleja la salud de nuestros hijos, la calidad de nuestra educación, ni el grado de diversión de nuestros juegos. No mide la belleza de nuestra poesía, ni la solidez de nuestros matrimonios. No se preocupa de evaluar la calidad de nuestros debates políticos, ni la integridad de nuestros representantes. No toma en consideración nuestro valor, sabiduría o cultura. Nada dice de nuestra compasión ni de la dedicación a nuestro país. En una palabra: el PIB lo mide todo excepto lo que hace que valga la pena vivir la vida”.
Sin duda, sorprende que un candidato presidencial norteamericano, en aquellos tiempos tan oscuros para la política de ese país como los años 60, fuera capaz de ser tan idealista, soñador y visionario.
El autor es Premio Nacional de Medio Ambiente y Premio Periodismo Ambiental de Euskadi 2019