Se aviene una crisis, de las gordas, pero no me refiero a la económica, sino a la psicológica. Esta dichosa pandemia se hace dura, difícil, tediosa y exasperante. Pasé todas las semanas que debíamos pasar recluido junto a mi pareja en nuestro apartamento de 50 metros, interior, sin balcón, sin luz directa del sol, con un vecindario demasiado envejecido para buscar complicidad, haciendo deporte a diario como se podía en el salón-comedor-estudio-improvisado gimnasio por salud mental más que otra cosa, intentando seguir motivado con mi profesión (músico) y manteniendo el optimismo sobre la opinión general, en su mayoría fatalista y negativa.Desde que nos dejan hacer deporte, soy un asiduo a madrugar, coger la bici y recorrer lo que me dé buenamente tiempo y lo que puedan tirar mis piernas antes de volver a la hora convenida por el toque de queda. He ido observando cómo reacciona la gente, viendo al principio sus miedos, intuyendo sus preocupaciones e imaginando la sobre información que cada cual lleva consigo. Los primeros días, caóticos (era de esperar), mucha vigilancia policial, las muchas ganas por salir en tropel cada uno desde su escondrijo son palpables, pero poco a poco se va normalizando una norma ya de por sí robótica. Mención especial merecen las flechas en cada uno de los espacios verdes que configuran unidos el bonito anillo verde gasteiztarra, en ocasiones bienvenidas, en otras favorecedoras de la aparición de policías sin placa ni argumento vestidos de ropa deportiva recién estrenada. Hoy sin ir más lejos, tenía pensado ir de Zabalgana a Armentia y he acabado en Abetxuko relojeando para volver al centro a tiempo a mi humilde morada.Me parece preocupante la histeria, psicosis, metete de no pocas personas que se cruzan contigo en una acera bien ancha de unos 8 metros (la más exterior de Zabalgana pasado Sansomendi dirección Mercedes para concretar más), cuando dejas buena separación y te dice que el carril bici está en la otra parte de la calzada. “Mire usted, quiero coger una parcelaria que está 50 m en esta dirección”. Yendo por el bidegorri no es posible acceder a dicho camino. En fin, que van unas cuantas veces en las que me recrimina gente cualquier acción en la que en ningún momento pongo en peligro ni riesgo de contagio, ni físico para nadie, ni velocidad excesiva ni milongas. Las normas están para evitar problemas. Cuando los generan, tenemos un problema, con las normas y con nuestra mente pensante. Viví 3 años en Zurich, donde hay reglas por todo y para todo, nacen con ello, viven en ellas, pero sientes que detrás de tanta norma hay un intelecto pensante, lógico y que evita problemas donde no los hay. Por cierto, trabajé de ciclista repartidor de comida y pedidos bastante tiempo, donde hice muchos km. Tontos hay en todos los sitios, pero no me gusta el cariz que toma el asunto en muchas cabezas… Lo siento, pero prefiero una sociedad más enferma físicamente pero con un gran intelecto que pueda enfrentarse a ello que una sociedad psicótica, con menos virus y neuronas conectando en el cuerpo.Joaquín Díaz
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