uántas veces habré dicho en clase, a mis alumnos, que el turismo como fenómeno social no se podía parar? ¿Y que precisamente por ello, el apellido sostenible es innecesario, ya que debería ser la única forma de entenderlo? Pero de golpe, lo que parecía imposible se convierte en realidad y el turismo se paraliza.
Tal y como señala un informe de la Organización Mundial del Turismo (OMT), 90 países han cerrado sus fronteras al turismo y otros 40 se encuentran cerrados a determinados viajeros, dependiendo de su país de origen. Evidentemente, no estamos en el escenario cero, pero si tomamos como referencia las previsiones que estos días proliferan en foros y webinars, los datos sitúan al turismo mundial internacional en cifras del 2012 (Adara), lo que implica perder el 40% que había aumentado en los últimos ocho años. Haciendo un análisis superficial de las previsiones a 2030 que la OMT publicó en 2011 (archiconocida figura para los que trabajamos en esto), llegamos a dos rápidas conclusiones: la primera, que en 2019 habíamos superado en más de un 6% las previsiones de crecimiento del turismo internacional para ese año; y la segunda, que en el 2012 y habiendo superado los mil millones de turistas internacionales, no se hablaba tanto de sobreturismo (overtourism), capacidad de carga o saturación y todavía no se habían expandido las plataformas de la mal denominada economía colaborativa. En el caso de España, donde en 2019 se alcanzó un nuevo récord de entradas de turistas extranjeros superando los 83 millones, las previsiones actuales nos retrotraen a cifras de 1978, lo que supondría un descenso del 56% (DNA). En Euskadi, si bien de forma más sostenida, también habíamos crecido notablemente en los últimos años. Contabilizando solo las entradas en establecimientos hoteleros, el incremento de entradas desde 2011 superó el 30% y si extraemos las cifras correspondientes a los visitantes extranjeros, el porcentaje de crecimiento alcanzó el 71%. En definitiva, la coyuntura actual no nos sitúa en un escenario cero, pero sí desde luego en un escenario diferente, de crisis pero también de oportunidad.
Coincide además que, durante el confinamiento, ha visto la luz una publicación que recoge las ponencias y reflexiones de unas jornadas que organizamos en 2018 en la Universidad de Deusto, junto a Ezkerraberri Fundazioa y Coppieters Foundation. El ponente principal de esa jornada fue el profesor Andriotis, que presentaba su teoría del decrecimiento turístico (Degrowth in Tourism. Conceptual, Theoretical and Philosophical Issues). Casi dos años más tarde, e incluso en el escenario actual donde las pérdidas que acumularán las empresas que participan en esta industria serán descomunales, el debate sigue estando en la mesa. En el artículo que escribimos para esa publicación reflexionábamos sobre la necesidad de nuevos indicadores para medir el desarrollo turístico, si de verdad existía una voluntad de crecer de forma responsable y sostenible, y no con base en cuantificaciones exclusivamente economicistas. Como ya muchos están planteando, quizás en plena lucha por sobrevivir como sector económico, es un buen momento para reflexionar sobre las palabras que Pololikashvili utilizó antes de que saltara la emergencia sanitaria: “Nuestro sector exige no solo crecer, sino crecer mejor”. Salvando las distancias es como cuando te preguntan: ¿qué edad te gustaría volver a tener? Los 20, pero con lo que sé ahora.
No se trata de caer en el discurso fácil y menos ahora cuando vamos a necesitar esa N de número de turistas más que nunca, pero sí quizás de tratar de hacer las cosas de otra forma. Creo que otra de las cosas positivas que como sector podemos sacar de esta crisis es precisamente esa, una identidad reforzada como sector turístico vasco. Es el momento de cooperar y trabajar compartiendo visión y objetivos de país y, desde mi humilde opinión, creo que las industrias turísticas de Euskadi están teniendo una actitud y respuesta sobresaliente, proponiendo numerosas medidas en la línea anteriormente citada. Habrá que ver cómo responden las instituciones y tal y como señala el Comité Mundial de Crisis para el Turismo, creado por la OMT para impulsar respuestas, es importante que las medidas de los gobiernos no se queden en palabras y se tomen medidas decididas para salvaguardar el sector y los millones de puestos de trabajo amenazados por la pandemia.
Igual es el momento de hacer que la curva del número de turistas tenga otra forma. O lo que sería aún mejor, que fuéramos capaces de no medir exclusivamente el número de viajeros o la rentabilidad de plazas hoteleras, sino que también se midiera el uso del Km 0, la contribución a los objetivos de desarrollo sostenible, la autenticidad de las experiencias, la satisfacción de residentes y turistas, los movimientos slow o el índice de felicidad. Yo, desde luego, lo seguiré intentando desde las aulas porque, ahora más que nunca, necesitamos a los mejores profesionales.
Utilizando palabras de Borges, “el futuro no es lo que va a pasar, sino lo que vamos a hacer”.La autora es profesora del Grado de Turismo de la Universidad de Deusto