eligiones plurales están extendidas en todos los continentes y un elevado porcentaje de la humanidad asume alguna creencia religiosa (85%). También en la sociedad laica de Euskal Herria una parte importante de su población se declara católica (en la CAPV,54%; 6%: otras religiones; 36%: ateos, agnósticos). Las creencias religiosas son hoy un fenómeno social de indudable influencia en los comportamientos, pero con consecuencias contradictorias.
En efecto, integrismos y fanatismos, colonialismos religiosos al servicio de conquistas y sumisión de pueblos forman parte de la historia de las religiones. Los llamados “filósofos de la sospecha” han visto la religión como opio del pueblo (Marx), voluntad de poder y dominio de conciencias (Nieztsche), neurosis obsesiva (Freud). Para H. Küng, teólogo católico, las religiones, en cuanto expresan y conllevan una profunda carga bien étnica, bien cultural, bien política o social, se han convertido hoy en las grandes perturbadoras de la paz mundial y son un factor determinante -junto a otros- de la colisión o la paz entre civilizaciones. Los enfrentamientos religiosos siguen siendo, sin duda, un factor que provoca, incita y alienta violencias y perturba la paz.
También, sin embargo, movimientos religiosos han contribuido a procesos liberadores frente a opresiones económicas, políticas, culturales y han movilizado compromisos y acciones humanizadoras en especial entre los pobres y desde ellos, con reconocidos líderes por la justicia y la paz: Ghandi, Martin Luther King, Oscar Romero, Helder Cámara, Papa Francisco…
Hoy, las religiones del mundo están también desafiadas por la mortífera pasión global causada por la pandemia del covid-19 que ha generado una alarma sin precedentes; sin embargo, ya hace años que se viene alertando sobre el abuso de la tierra y sus efectos a causa de la contaminación y calentamiento global con imprevisibles y amenazadoras consecuencias biocidas nuestro planeta y se han exigido reacciones inmediatas y globales; pero quienes debieran empezar por reducir sus emisiones de CO2 y distribuir la riqueza injustamente acumulada, solo miran a su incremento de beneficios como criterio último. La pasión de la tierra y el clamor de quienes más sufren sus efectos -la mayoría pobre- no parece afectar a los países ricos y al sistema capitalista; pero ahora la actual pandemia no ha hecho distinciones. Ha llegado ya a todos los rincones del planeta y nadie puede sentirse seguro, aunque la respuesta sanitaria favorece, como siempre, a los poderosos.
En este contexto, las religiones tanto mayoritarias como de minorías escondidas en regiones olvidadas del mundo, están confrontadas a un desafío decisivo. ¿En qué aspectos y campos? Por supuesto, ante la actual crisis, provocada por la pandemia del covid-19, cuyas consecuencias económicas, sociales, culturales, políticas, ecológicas están siendo ya de alta gravedad, corresponde a las religiones del mundo una irrenunciable responsabilidad para promover, alentar y asumir compromisos solidarios.
Para ello es urgente conseguir un entendimiento básico, positivo y cooperativo entre la pluralidad de culturas y de religiones. Pero no solo ante esta pandemia. Hace ya unos años (1993) representantes de las religiones más extendidas en los diversos continentes, junto a otras, denunciaban, en una “declaración” conjunta, la agonía del mundo, donde “la paz nos da la espalda… hombres y mujeres se distancian entre sí… el planeta es destruido”. El grito de la tierra, el clamor de los pobres denuncian la pasión del mundo provocada por un capitalismo inhumano. Ahora, en estos días de obligado confinamiento, suprimidas celebraciones y manifestaciones públicas religiosas, es preciso reforzar la conciencia solidaria en esa procesión de sufrimiento y marginación de la mayor parte de la humanidad, de exiliados en su doloroso vía crucis, de presos en su aislamiento, de pueblos empobrecidos, de la naturaleza devastada… para lograr la liberación. Es el sentido de la auténtica pascua cristiana.
Esta respuesta de las personas creyentes en las diferentes religiones, unidas a todas las regiones del planeta, debe llegar desde una base ética, afirmaba la citada declaración; todos los seres vivientes somos interdependientes y las personas humanas, responsables de lo que realizamos. Como representantes de diversas religiones en el mundo se comprometían a promover una ética mundial, es decir, un consenso básico sobre valores vinculantes, criterios inamovibles, actitudes básicas personales. Los concretaban en una “cultura de la no violencia y respeto a la vida; cultura de la solidaridad y orden económico justo; cultura de la tolerancia y estilo de vida honrada y veraz; cultura de la igualdad entre hombre y mujer”.
No hay duda de que para lograr un nuevo orden universal, alternativo a la globalización neoliberal causante de este padecimiento planetario, son necesarios nuevos objetivos y valores comunes, la responsabilidad y colaboración mundial de los pueblos, la vinculación de las culturas y de las religiones. Esto que se está haciendo palpable y evidente en la pandemia covid-19, debe llevar a una constatación y compromiso políticos, económicos, culturales, sociales, religiosos ante el deterioro de la tierra y unir voluntades y decisiones para lograr ese consenso ético básico y mundial.
Para ello es imprescindible afrontar ese calvario de injusticias y de muerte recuperando lo más auténtico de las tradiciones religiosas, movidos por la energía que procede del profundo respeto y cuidado de nuestra tierra y que nos abre a una ecología profunda de religación. Ante el pathos (sufrimiento) de la humanidad, es necesaria un radical sin-pathos (simpatía, sufrir con) que, junto a quienes más soportan las consecuencias de la injusticia de un sistema que mata, se haga denuncia y liberación. Así lo están haciendo hace tiempo grupos, organizaciones, foros sociales, movimientos alternativos… desatendidos y silenciados por las grandes potencias. La conocida Carta de la Tierra(1999), convincente proclama y llamada apremiante de personalidades de todo el mundo para promover una ética integral y holística, tiene hoy plena actualidad. Las religiones del mundo deben aliarse con este clamor, como la citada Declaración lo pidió y líderes religiosos, como el Papa Francisco y otros muchos, lo están urgiendo.
También las convicciones más ancestrales de Euskal Herria nos recuerdan la veneración y cuidado de Ama Lur, que es tierra, aire, agua, fuego, simbolizada en la mítica andere, Mari, y en primitivas religiones del mundo, y nos llaman a desarrollar esa religión telúrica, el espíritu de una ética mundial de respeto mutuo y cuidado de la tierra que nos religa en una profunda sinergia para superar la pasión del mundo desde la libertad solidaria de los pueblos.
El autor es teólogo