ue viendo el partido de Champions entre Liverpool y Atlético de Madrid como pasé las últimas horas previas a este encierro que si no nos mata nos va a volver a todos locos. En una terraza de la calle Gorbea, con un amigo y un par de cañas, pude ver cómo el campeón de Europa generaba ocasiones una detrás de otra. Lo hacía todo bien. Daba por hecho que su rival no tardaría en caer. Y se equivocó. Porque hay veces en las que, incluso mereciéndolo, incluso habiéndolo preparado todo para vencer al rival, éste es más fuerte que nosotros. En el caso de los ingleses fue Oblak, en el nuestro, un maldito virus.
Y nos ha metido un gol. Vaya si nos ha metido un gol. Que estoy aquí, un lunes por la tarde, encerrado en mi casa, delante del ordenador, escribiendo unas líneas que no sé si alguien va a leer. Pero vamos a ganarle el partido al virus. Y, sí, prefiero utilizar una metáfora deportiva porque a pesar de lo que digan algunos, esto no es una guerra y no, no somos soldados. Somos ciudadanos y ciudadanas responsables que se quedan en su casa, ayudan en lo que pueden y salen, cada día, a las 20.00 horas a su balcón para aplaudir a todas esas personas que están dando la cara por nosotros. Porque, fíjate, cómo te ha cambiado la vida en diez días. No, no llevamos dos meses, como te parece a ti, a mí y a la vecina del quinto con la que te has encontrado en el portal cuando has bajado a tirar la basura. Te ha cambiado tanto que ahora valoras todo aquello que no puedes disfrutar. Te ha cambiado tanto que ahora echas de menos, incluso, ver en la oficina a ese compañero que cada lunes te recuerda que el Athletic está por encima del Alavés en la clasificación. Hasta te ha dado tiempo a pensar todas las lecciones que te ha hecho aprender esta situación y en cómo vas a cambiar cuando todo esto termine.
Y engáñate todo lo que quieras. Pero cuanto todo esto pase, que pasará, y volvamos a salir ahí fuera, que lo haremos, volverá a darte pereza pasear a tu perro, te enfadarás porque siempre te toca a ti bajar la basura, no quedará ni rastro de lo mucho que te hizo falta abrazar a tus amigos o lo tanto que te apeteció quedar a tomar una, o dos -¡o qué narices!- tres cañas, con aquel ex-compañero de equipo; y lo dejarás para otro día, como dejarás para mañana esa llamada a tu madre. Y volverás a encontrar algo más importante que visitar a tu abuela, esa señora viuda, que ha pasado la cuarentena sola en su casa, sin Netflix ni Skype, y de la que tanto te has acordado en tus stories de Instagram.
Lo que no volverá es la fea costumbre de hacer política con las desgracias ajenas, incluso con las propias, de aquellos que ni siquiera durante una emergencia sanitaria o un estado de alarma han dejado de intentar rascar cuatro miserables votos. Y no volverá porque los buitres han demostrado que ni siquiera en pleno confinamiento son capaces de cambiar sus hábitos.
El autor es parlamentario de EAJ-PNV en la legislatura recién concluida