stos días de coronavirus en que nos vemos obligados a quedarnos en casa, a salir a la calle sólo para procurarnos lo imprescindible, se nos ofrece una gran oportunidad. Como en todas las ocasiones en que la fuerza mayor nos impone una situación adversa, ahora hay desde el principio, mezclada con otras de signo contrario, una sensación de calma. No podemos hacer nada para evitar la imposición, y eso ya es un punto de partida favorable. Sí, porque aunque sintamos a ratos angustia e incertidumbre, nos resta por lo menos el consuelo de saber que el fenómeno está por encima de nosotros, fuera de nuestro alcance, más allá de él.
Ya encerrados en casa, las opciones de ocupación y entretenimiento se reducen en gran medida, y ésa va a ser nuestra segunda serenidad. Libres de la ansiedad de tener que elegir entre cientos de ofertas de ocio, veremos cómo la limitación de éste supone otro paso adelante. Un alivio inesperado. Otro modo de aligerar el peso de lo cotidiano. Forzados a conformarnos con un puñado de distracciones elementales, dejaremos poco a poco de añorar los sitios donde no estemos, de envidiar la suerte de otros, de desear un destino distinto, de querer ser personas diferentes. En el mejor de los casos, nos encontraremos con una versión nueva de nosotros mismos, con un individuo sorprendente, con ese humanoide que ya estaba al principio, antes de que le cargásemos con todo ese equipaje superfluo que llegó más tarde. Salvador Pániker hablaba del momento kairótico para referirse a todo esto. Con esa expresión, aludía al momento oportuno para algo, a la intuición que nos permite identificar “lo más real”, lo que tiene más sentido en cada instante, y dedicarnos a ello a continuación. En definitiva, se trata de ese consejo tan antiguo que nos recomienda extraer el fruto posible de cada coyuntura. Andrea Köhler, en su ensayo El tiempo regalado, va incluso más lejos. La autora alemana destaca las virtudes del aburrimiento. Nos recuerda que los periodos de tedio, cuando no se alargan demasiado, constituyen la mejor ocasión para generar ideas, para revisar convicciones, para desarrollar nuevos proyectos, para mirar a nuestro alrededor. Lo que a priori parecen horas perdidas, como las esperas en despachos de abogados o consultas médicas, en oficinas públicas o colas de supermercado, en el vestíbulo de los ascensores o fuera del cuarto de baño, resultan ser paréntesis interesantes, suspensiones del tiempo general que nos permiten recuperarnos del estrés. Gracias a ese aburrimiento intermitente logramos reinventarnos muchas veces, sacar a la luz facetas de nuestra personalidad con las que no contábamos y que van a servirnos en el futuro.
En un contexto como el actual, sería absurdo desaprovechar uno de nuestros grandes recursos. Me refiero a la escritura. Si en fases de enfermedad los médicos aconsejan a menudo llevar un diario, registrar en él de manera cronológica y ordenada todo lo que experimentamos a lo largo de aquélla, otro tanto cabe decir en relación con estos días de cuarentena. Con periodos de encierro como el que vivimos estas semanas. Porque además del efecto terapéutico que tenga en cada uno de nosotros como una segunda forma de pensar y de pasar por las cosas, ese ejercicio dará lugar a un testimonio único, a un documento privado que, sumado al de otras muchas personas, conformará, según la idea de Philippe Lejeune, un archivo imprescindible para todos los que en el futuro quieran averiguar cómo fuimos y a qué vicisitudes nos enfrentamos.
Quizá éste sea también un tiempo de descubrimientos. Puede que, paradójicamente, acabe siendo una estación de certezas. No siempre agradables, pero en todo caso oportunas. Sí, porque a lo mejor resulta que, impelidos a la observación y al análisis cercano, a un esfuerzo inevitable de constatación, nos damos cuenta de que no habitamos en el lugar adecuado, ni disponemos del espacio que necesitamos, ni lo compartimos con la persona que nos conviene, ni llevamos la vida que deseamos. A lo mejor sucede que nos hacía falta un momento así, un confinamiento lo suficientemente estricto como para advertir ciertos errores, algunas anomalías, los pasos equivocados que damos tarde o temprano todos los hombres. Y en ese supuesto, aunque nos gusten esos versos donde Rilke escribe Quien ya no tenga casa, no la construirá/quien ahora esté solo, lo estará mucho tiempo, debemos saber que una cosa es la poesía y otra la realidad. Debemos recordar que nosotros sí estamos a tiempo de levantar un nuevo hogar, de evitar la soledad no querida, de protagonizar cualquier clase de huida, de encontrar a la persona amada, de empezar otra vez.
El autor es escritor