La esperanza es definida por la RAE como “el estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea”. Una gran dosis de ella es la que nos vendría muy bien a todos, ya que desde la aparición del corona virus en Occidente durante estos últimos meses nos ha sido imposible hablar de otro tema que no sea de él, habiendo provocado por su rápido contagio una gran preocupación y un serio malestar en la mayor parte de la población.Además, pese a pillarnos en la era tecnológica y de las redes sociales, lo cierto es que muchas de las informaciones que nos han llegado procedentes de China donde se originó, ni estaban bien contrastadas ni venían de fuentes rigurosas, lo que unido a la poca confianza en los políticos que nos gobiernan, ha generado un incremento de la incertidumbre ciudadana. Y es que, tras estos duros tiempos pasados -y, previsiblemente los que nos esperan- hay que mantener bien viva la llama de la esperanza, fuerza muy poderosa que dice que “no hay mal que 100 años dure” y que ya Don Quijote de la Mancha nos lo anticipaba en su día al decir “sábete Sancho, que no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca”.