Como sucede cada vez que se celebra una cumbre mundial con presencia de líderes de los principales países, la reunión del G7 que arranca hoy en Biarritz ha sido objeto de polémica y rechazo por parte de distintas formaciones políticas y grupos sociales. De hecho, el inusual despliegue policial y militar a ambos lados de la muga y el agobiante blindaje de la ciudad labortana -que están irritando a gran parte de la población hasta el punto de que muchos han optado por irse- es consecuencia tanto del intento de garantizar la seguridad de los mandatarios presentes frente a posibles ataques terroristas como del temor a que se registren incidentes y el intento de atajar posibles altercados violentos. En este contexto, ayer se clausuró una denominada contracumbre impulsada por diferentes organizaciones políticas, sociales y sindicales cuyos actos se han celebrado desde el miércoles en Irun, Baiona y Urruña y que culminará hoy con una manifestación entre Hendaia y Ficoba. Una contracumbre planteada, bajo la premisa de su carácter totalmente pacífico, como un intento de presentar “alternativas” a las políticas del G7 y, en general, de presentar ante la sociedad que es posible arbitrar un sistema distinto al capitalista. No obstante, también es verdad que más allá del carácter de estas supuestas alternativas, es obvio que el evento ha estado protagonizado por partidos de izquierda, fundamentalmente de EH Bildu -ayer intervinieron Arnaldo Otegi y Pernando Barrena-, y también de Podemos, Izquierda Unida y ERC. En este sentido, es necesario advertir que la legítima crítica y movilización social pacífica por un modelo diferente de relaciones políticas y económicas también en el ámbito internacional como pretende la contracumbre conlleva asimismo el riesgo -como le sucede al G7- de los protagonismos, la acumulación inocua de eslóganes, la escenificación de siglas para uso político interno que hace sobrevolar -una vez más- la instrumentalización de una causa e incluso el uso de merchandising que la puede llevar al mismo efecto que busca combatir: un ejercicio de marketing político del que sacan rendimiento solo las estructuras políticas (partidos) que lo amparan.
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