El proyecto sigue parado. Das a entender que haces x e y, que la cosa sigue adelante, que todo está bien, que hay implicación, que nada podrá impedir que los últimos detalles se aclaren, que más pronto que tarde se hará la luz y el mundo será mejor gracias a ti. Las urnas se van a quedar pequeñas para acoger todas las papeletas que llevarán tu nombre. Bueno, y lo tienen que seguir llevando, porque si vienen otros, los malos, destruirán lo que tanto esfuerzo te ha costado conseguir. Puedes estar años con la misma matraca, mientras las cosas del día a día, las que importan, las que hacen comunidad, poco a poco, van apagándose, obstruyéndose, languideciendo hasta algún punto en el que te ves obligado a poner algún parche barato con el que, eso sí, haces una buena campaña de marketing, para que tus palmeros, a los que tienes bien alimentados, te encumbren todavía más. Así sigues atado a la promesa de un futuro que nunca termina de llegar, pero consiguiendo que la idea de la Arcadia feliz que aseguras poder conseguir se instale en el pensamiento común. A partir de ahí, con que seas un poco listo, no hay quien te pare. Lleva siendo así desde tiempos inmemoriales. Y seguirá así hasta que la sociedad despierte y actúe. Aunque esto último parece imposible.