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Venezuela

ni la legitimidad constitucional del uno o del otro, ni la ideología ni mucho menos los venezolanos tienen en el fondo nada que ver con lo que está pasando en Venezuela, y ahora que todo un pueblo está a punto de ser definitivamente sacrificado es preciso, es justo, tratar de hilar un poco más fino. Lo que está pasando en Venezuela tiene más que ver con el Dieselgate, con el coche eléctrico, con las placas solares en el desierto de Arabia, con el fracking, con los patinetes que andan solos y con las paradas forzosas en la industria del automóvil que con la democracia y los derechos humanos. Venezuela tiene el último bidón de gasolina sin rebañar que le queda al mundo, y ahora mismo ese bidón es propiedad de China, el país que ata en corto a sus amigos y a sus enemigos mediante préstamos bancarios, la nación que tiene un pie en la cara oculta de la Luna y el otro entre América Latina y África, la potencia que pugna por el monopolio del tráfico de datos en todo el planeta. En esta Guerra Fría del siglo XXI, a Occidente ya solo le quedan ante su poderoso adversario la propaganda y la fuerza militar -que no es poco- y en Venezuela estamos a punto de poner en marcha el plan B. Por tanto, las consecuencias de lo que ocurra habrá que acachárselas a estas causas, y no a otras.