Mediterráneo
cuando escuchas a políticos enfrascarse en acaloradas discusiones sobre cómo dialogar o castigar a los catalanes, cuando les oyes insultar con cualquier excusa y sin medida alguna y, sobre todo, cuando alguno, dígase en este caso Casado, vuelve a apelar al viejo enemigo que todo lo justificaba, o sea, ETA, te sobreviene una pereza y un desasosiego difíciles de soportar. Si además ese impostado coraje coincide con tragedias humanas en las que ellos -los presuntos líderes de la sociedad- ni siquiera reparan, te das cuenta de que su guerra es otra, imbuidos en su particular y ávida burbuja de poder. Viene esto a cuenta de que en el Mediterráneo sigue muriendo gente, a razón de seis personas al día, en su dramática búsqueda de un mundo mejor. Y que algunos de los pocos que todavía se preocupan por ellos permanecen atados de pies y manos, es decir, varados y sin poder soltar amarras en Bilbao y Barcelona. Los barcos Aita Mari y Open Arms son boicoteados en su afán de salvar vidas, siquiera algunas, con toneladas de burocracia y el peregrino argumento de evitar el efecto llamada de la inmigración indeseable. Ni solucionan ni tampoco dejan aliviar uno de los más vergonzantes episodios de la historia de la Humanidad junto a la trata de personas y el genocidio nazi.