aestas horas, quizá haya concluido el rescate. En todo caso, salga como salga el pobre Julen del pozo, ojalá que vivo, las circunstancias de su caída y de su rescate se grabarán en mi recuerdo como una monumental chapuza, inaceptable en un país mínimamente desarrollado. La atención de los últimos días se ha centrado en la trágica suerte que ha sufrido el niño cayéndose por un sombrío y profundo agujero. Y ese es precisamente el primer capítulo de la chapuza nacional: ¿Qué hacía un agujero de 100 metros abierto en medio de un terreno particular? Al parecer, existen miles de pozos clandestinos que se excavan en busca de agua y que se abandonan, mejor o peor tapados, si el dueño del terreno no encuentra el líquido elemento con el que enriquecer sus tierras. O sea, que este horrible accidente podría repetirse en cualquier momento. Y después, me parece inconcebible que se tarde la friolera de once días en organizar, armar y ejecutar un plan de rescate para llegar hasta el pequeño. Si ha sobrevivido, que ojalá que sí, el pequeño Julen llevaba once días sin comer ni beber, once días de oscuridad, frío y terror. Una enormidad inaceptable, propia de un sistema subdesarrollado. Pase lo que pase, hay muchas preguntas sin responder en torno a este caso.