Theresa May sigue inmersa en su política dilatoria respecto al Brexit. Pero cuando la primera ministra británica maniobra en la Cámara de los Comunes con un plan B que en realidad no es tal, no hace sino seguir la tradición británica en sus relaciones con el continente, siempre en cuestión. Y si lo que realmente buscase May en Bruselas fueran mejoras en el acuerdo con la UE rechazado por los Comunes, ni siquiera en el más imposible que improbable caso de que las lograra serían comparables, solo comparables, con las condiciones que Gran Bretaña tenía en la Unión Europea cuando el gobierno de David Cameron decidió convocar el referéndum de 2016 y los ciudadanos británicos optaron (52%) por abandonar la UE. Condiciones que incluían el cheque británico, logrado por Thatcher en 1984, que limitaba la aportación de Londres a la Unión; la no incorporación al euro (John Major, también conservador, en 1992), permanencia fuera de Schengen en 1997 (Tony Blair); no sometimiento a las políticas europeas de Justica e Interior o salvaguarda respecto a la Carta de Derechos Fundamentales, incluida en el Tratado de Lisboa de 2007 (Gordon Brown). No es de extrañar, por tanto, que desde Bruselas se expresen nítidas negativas a las “políticas de partido” con las que May trata, sin conseguirlo, de minimizar daños: la última encuesta de The Observer situaba los tories tres puntos por debajo de los laboristas y el 57% de los consultados desaprueba el modo en que May maneja el Brexit desde hace dos años. Y es que la relación con la UE siempre se ha visto mediatizada por las necesidades electorales del gobierno británico de turno. Y hasta de la oposición, como prueba que la indefinición de Jeremy Corbyn también halle fuertes reticencias en los laboristas y los líderes de dos de las principales fuerzas sindicales han apostado ya por un segundo referéndum o por la permanencia. Así que todo apunta a que unos y otros busquen un acuerdo parlamentario que impulse la ampliación del artículo 50, como ya se plantea en una iniciativa conjunta de Yvette Cooper, antigua rival de Corbyn por el liderazgo del Labour Party, y del exministro conservador Nik Boles. Dejaría a May, que siempre se ha resistido, aún más en evidencia, pero permitiría un cambio de gobierno y/o buscar una solución que una mayoría parlamentaria pudiese respaldar.