La celebración de la denominada Pascua Militar que se celebra anualmente el 6 de enero como un acto de exaltación de los valores castrenses más rancios del ejército español se está convirtiendo, además, en los últimos años en una tribuna desde la que se lanzan mensajes más o menos explícitos de contenido eminentemente político. Ya el año pasado la ceremonia que tuvo lugar en Barcelona contó con la intervención del inspector general del Ejército español, Fernando Aznar, quien mostró su “confianza” en que tras un 2017 “especialmente grave y delicado en muchos aspectos de nuestra sociedad catalana, marcado por la violencia en sus distintas manifestaciones”, se “respete la legalidad” y se “recupere la concordia y la cohesión social”, en lo que se interpretó como un claro mensaje al independentismo catalán. Ayer, de nuevo, el propio Fernando Aznar se dirigió a los Mossos d’Esquadra para expresar su deseo de que la Policía catalana pueda actuar “sin presiones y en sintonía” con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Asimismo, demandó que los Mossos “puedan seguir ejerciendo eficazmente sus funciones públicas con normalidad” y velando “por la defensa de la ley, la seguridad y el orden público en Catalunya”. Por su parte, el rey Felipe VI, durante su discurso en la Pascua Militar celebrada en Madrid, reivindicó la importancia de la bandera rojigualda como un símbolo “de todos” y de “unidad”. Se trata de pronunciamientos intolerables en un estado plural, democrático y plurinacional que, bajo la apariencia de discursos más o menos protocolarios sin mayor transcendencia, en realidad suponen una injerencia inadmisible en la vida política. No es necesario recordar -porque a estas alturas está en la mente de todos- las atribuciones que la Constitución de 1978 otorga el Ejército, cuya misión es “garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional” (artículo 8) para entender que estos pronunciamientos de altos mandos de las Fuerzas Armadas, en las actuales circunstancias, y más aún en Catalunya, suponen una clara amenaza o advertencia al nacionalismo en general. Las apelaciones de Aznar a los Mossos, a sus funciones y al “orden público” en Catalunya constituyen, como mínimo, una extralimitación que debiera tener consecuencias. Sobre todo, porque llueve sobre mojado.
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