El cuarto fin de semana consecutivo de protestas en Francia protagonizado por los chalecos amarillos con 1.385 detenidos y más de un centenar de heridos ayer en todo el país, dibuja una situación absolutamente deteriorada para quien estaba llamado a transformar Francia -bajo un espíritu reformista supuestamente alejado de las familias políticas tradicionales y presuntamente apegado a un centro-derecha renovador- y asimismo a reimpulsar la Unión Europea. La fractura con la sociedad, certificada con las imparables protestas, ni siquiera neutralizadas con la moratoria de los impuestos a los carburantes, confirman que Emmanuel Macron ha perdido la calle tras no lograr atajar la crisis y mantenerse en las complicadas reformas en Francia con mano dura y que han desencadenado la ira en las calles y un fuerte desplome de su popularidad. La paradoja encarnada en el presidente de la República francesa transita de un lado en su propia figura: ningún presidente francés había llegado al Elíseo por sí mismo, con apenas 40 años, apoyado en el prestigio internacional de sus planteamientos y una gestión que pretendía recuperar la proyección gala en el escenario internacional para, en año y medio, ver caer la confianza de los franceses cuyo hartazgo ha cristalizado en las protestas. De otro lado, el liderazgo de la UE, pronto sin Angela Merkel como el otro gran contrapeso para contener a la extrema derecha, se ve comprometido tras la aguda crisis que golpea al presidente francés intramuros de su propio país. Los decepcionantes resultados encadenados en las elecciones hicieron ceder a Merkel dentro de la CDU y no optar a la reelección situando todo el peso del liderazgo europeo en un Macron de cuya gestión de esta crisis dependerá el rumbo, no solo de la legislatura en Francia, condicionada ya hasta las elecciones de 2022, sino de las europeas del próximo mayo bajo el fantasma del avance de la ultraderecha en suelo europeo. Su papel es absolutamente comprometido: rebajar la tensión social en Francia impulsada por el descontento social, conocido caldo de cultivo del avance de la ultraderecha y bajo la atenta mirada de otro posible impulso de la ahora denominada Agrupación Nacional de Le Pen. En paralelo y trascendiendo sus propias fronteras, también pilotar el liderazgo europeo para que la UE, a medio año de los comicios al Parlamento Europeo, no acabe mirándose en la crisis gala.
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