La alusión del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, a un posible adelanto electoral puede manejar porqués más allá de su pretendida justificación en el posible posicionamiento del independentismo catalán en el conflicto con el Estado. E incluso de las consecuencias de éste en la pérdida de la mayoría que respalda a Sánchez si no cuenta con el apoyo de los nacionalistas catalanes en el Congreso. La dificultad para aprobar sus propios presupuestos, con los 6.000 millones prometidos en gasto social, y la consiguiente obligación de prorrogar los del PP o el daño a la estabilidad del Ejecutivo de las dimisiones de sus exministros Màxim Huerta y Carmen Montón y las revelaciones -la “cacería al Gobierno” que dijo ayer la ministra portavoz Isabel Celaá- en torno a los todavía miembros de su gabinete Dolores Delgado y Pedro Duque no son ajenos a que Sánchez, comprometido hasta hace nada en llegar a 2020, entreabra ahora la puerta, siquiera como advertencia, a convocar antes las elecciones. Sin embargo, es previsible que el resultado de un adelanto electoral no altere en demasía el actual reparto de votos y escaños y que cualquier mayoría vuelva a ser precaria por mucho que en el PSOE se dé relevancia a la posibilidad de que el PP pierda su hegemonía en el Senado o se menosprecie el riesgo de un posterior acuerdo de gobierno PP-Ciudadanos. Y es más que posible que el equilibrio de fuerzas tampoco sufra alteración en Catalunya, mientras el adelanto podría contribuir a ahondar la fractura social y política. Por otro lado, las exigencias presupuestarias tampoco se verían alteradas, es decir, la necesidad de prorrogar las cuentas elaboradas por el PP sin ese 0,5% de incremento para gasto social seguiría ahí. Por último, la campaña electoral no iba a servir precisamente de sordina a los casos que han llevado a la dimisión o al filo de la mismas a nada menos que cuatro de los diecisiete ministros del actual gobierno español en solo 112 días. Así que la innegable potestad de Sánchez para adelantar elecciones puede fundamentarse más en huir de los problemas previos que en hallar soluciones posteriores cuando en teoría este debe ser el fin del ejercicio de gobierno y, para hallarlas, un gobierno minoritario como el suyo precisa de diálogo y acuerdos. Quizá Sánchez, en lugar de esgrimir el adelanto electoral, deba empezar a gobernar.
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