Vivimos una época paradójica en la que se hace difícil calcular la importancia que los artilugios de tecnología han llegado a alcanzar en nuestra sociedad. Porque, por una parte, afirmamos orgullosos que gracias a esa ingente colección de herramientas tecnológicas a nuestra disposición hemos conseguido el milagro de estrechar nuestros lazos y de acercarnos a nuestro prójimo. Pero, por otra parte, quizá lo que verdaderamente sucede sea que las mismas nos separan y desconectan de nuestros semejantes, al tratarse ¡ojo¡ solamente de una mera ilusión.
Lo cierto es que la omnipresencia de los ingentes dispositivos electrónicos de comunicación actuales ha generado nuevos hábitos, que para muchos escépticos no dejan de ser uniones ficticias, es decir, maneras de relacionarnos falsamente con los demás. Y es que, los ordenadores, tabletas, smartphones, etc., se presentan como seductoras y sofisticadas herramientas así como atractivos artificios digitales a nuestro servicio, pero que no tienen comparación alguna posible con la comunicación humana.