Desde que hace algo más de dos meses Mariano Rajoy fue desalojado de La Moncloa tras perder la moción de censura que aupó a Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno español, el PP, sumido en el desconcierto de pasar a la oposición, ha iniciado un viaje a la radicalidad y al pasado. La elección de Pablo Casado como nuevo presidente en detrimento de quien había sido la mano derecha de Rajoy en el Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, ya hacía prever, dadas sus posiciones y sus discursos, que los populares daban un giro a la derecha en busca de los votos más extremos que había ido perdiendo ante el empuje de Ciudadanos. Era lógico que tras la pérdida del poder el PP emprendiese un proceso hacia un rearme ideológico y, sobre todo, ético. El ejercicio del poder y su desgaste, su minoría parlamentaria y, sobre todo, los escandalosos casos de corrupción que han ido estallándole al partido y que, a la postre, propiciaron su evidente declive terminaron por desencadenar la crisis por la que atraviesa y que se encontraba latente. Lejos de ello, Pablo Casado y los nuevos dirigentes -que se sienten falsamente liberados del pasado de corrupción del partido como si lo hubiesen vuelto a fundar- han imprimido en el PP una peligrosa estrategia de huida hacia delante y de desgaste del Gobierno a toda costa que le está llevando a sostener principios y posiciones alejados de la moderación. El caso más paradigmático es el de la política penitenciaria tras el fin de ETA. Como si el Gobierno de Rajoy -y, en su día, el de José María Aznar- no hubiese tomado decisiones como cambios de grado de varios reclusos de la banda -28 en concreto- y no estuviese estudiando seriamente acercamientos de algunos internos, el nuevo PP ha arremetido contra los traslados, ha acusado al Ejecutivo nada menos que de “traición” -lo que, por cierto, ya había hecho en el pasado con Zapatero- y ha amenazado con salir a la calle -de nuevo, una vuelta atrás- para impedir cualquier cambio en este terreno. No le ha importado para ello la utilización y la bajeza moral de su intento de manipulación de las víctimas, muchas de las cuales han tenido que salir a denunciar la demagogia popular, así como el uso político de las cuestiones que tienen que ver con el terrorismo y la violencia. Una estrategia sucia que, al contrario de lo que busca, puede llevar al PP a ahondar aún más en su crisis de identidad.
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