Con independencia de que el rescate de las más de 600 personas que se hacinan en el buque Aquarius pueda quedar resuelto en los próximos días, el caso vuelve a poner en evidencia un grave reto que acomete a Europa y para el que sigue sin haber una respuesta coordinada. La futura llegada de estos refugiados a Valencia y su previsible distribución por el territorio del Estado servirá para reivindicar la faceta más humanitaria de la política, en la que se han retratado los gobiernos vasco y navarro al encabezar los ofrecimientos de acogida. Sin embargo, no pasará de ser una gota en un océano en la medida en que no se encare con decisión una estrategia compartida y exigente en el seno de la Unión Europea. Esta crisis de refugiados es la enésima en las últimas décadas. La de las pateras parece olvidada aunque tienen conciencia de ella quienes la han vivido en primera persona desde Canarias y Andalucía. La del corredor griego se taponó a base de cerrar las puertas por la frontera turca y ahora llama la atención la del mediterráneo central por la actitud del nuevo Gobierno italiano. Europa precisa de poner orden en su propia estructura porque no hacerlo va a hacer medrar los discursos más populistas y va a dejar la gestión de su futuro en manos de personajes como los mandatarios de Hungría o Polonia, cuyo discurso que raya, cuando no bebe directamente de la xenofobia, se reconoce en el nuevo ministro de Interior italiano. El de la inmigración desesperada por razón política o económica no es un problema de Italia, de Grecia, de Hungría o de España. Es un problema asociado directamente a las situaciones que provocan la huida de millones de personas de sus países de origen en Asia y África. La debilidad europea en estas regiones ha dejado su capacidad diplomática reducida a la inmovilidad; el abandono de una política orientada al desarrollo por los propios problemas internos de las economías europeas en la última década lleva camino de pasar factura en el futuro inmediato. El flujo de inmigrantes no va a parar mientras la expectativa de morir en el viaje no sea peor que la de vivir en sus lugares de origen. La Unión Europea debe poner orden, ser firme en los compromisos de cooperación intra y extra comunitaria de sus socios para frenar el crecimiento del populismo que alimenta el viejo discurso de la xenofobia para justificar la falta de soluciones a los problemas internos.
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