No es la primera vez, ni será la última. El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, sea por confusión o ignorancia pero en un error político de bulto, toma a Euskadi por sus representantes. Tal vez porque estos, en este caso el PNV, llevan cuatro décadas recogiendo el apoyo mayoritario de la sociedad a la que representan y con la responsabilidad política e institucional del país, mientras en Ciudadanos todavía son meros aspirantes a representar a una mayoría del suyo que, de momento, solo les dan ciertas encuestas, mientras carecen hasta la fecha de responsabilidad -en el doble sentido del término- institucional y política. Ahora bien, esa misma realidad aconsejaría a Rivera y los suyos una prudencia ausente en sus declaraciones, posiblemente por el propósito de arrebatar al PP el liderazgo del populismo nacionalista español y, con él, el de la derecha. Porque la reducción por Rivera y los portavoces de Ciudadanos de la responsabilidad de la representación política a la simpleza de expresiones propias del tuit retrata su única ideología, la ocurrencia; una política del pajarito que no se antoja la más oportuna en quien se ve, o al menos se dice, con opciones como alternativa de gobierno. La utilización, ayer mismo, por Rivera de términos del cariz de “supremacismo”, “insolidaridad”, “privilegios”, “chanchullos”, “cuponazo” o “voluntad de ruptura” en alusión al nacionalismo vasco, el Concierto o la reforma del Estatuto, que dan continuidad a declaraciones anteriores de similar sentido y tono, no solo refleja una profunda ignorancia, deliberada o no, y una interesadamente falsa interpretación de la realidad social de Euskadi y del marco jurídico-político de su relación con el Estado, sino que conlleva el riesgo de provocar sentimientos de agravio y con ellos menoscabar las posibilidades de una necesaria convivencia. Rivera, como antes otros, trata de utilizar a Euskadi como única herramienta, que no argumento, a emplear para una presunta recolecta de votos en el Estado español, en la creencia de que ese mismo populismo, utilizado en Catalunya, les ha catapultado en las encuestas. Pero estas no son votos. Y la falsedad y los agravios, a medio plazo, acaban por producir todo lo contrario a beneficios en la “actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos”, la política.