A tan solo cuatro días de la trascendental cita electoral del 21-D en Catalunya, las fuerzas políticas afrontan la recta final de la campaña sin ofertas novedosas encima de la mesa, con las posiciones muy marcadas entre dos grandes bloques y con las dudas sobre unos resultados que se prevén muy ajustados. Tanto, que en esta tesitura la gobernabilidad de las instituciones catalanas parece imposible, a no ser que, tras conocerse el veredicto de las urnas, los partidos emprendan una vía de diálogo y de posible acuerdo que en pleno fragor de la campaña no se atisba. Es obvio que el 21-D es fruto de una imposición del Gobierno español tras haber usurpado de manera ilegítima el autogobierno catalán en virtud de la aplicación del artículo 155 de la Constitución y que, por ello y por la actuación político-judicial contra el procés soberanista y el referéndum del 1 de octubre que ha dado con varios líderes y candidatos independentistas en la cárcel o en el exilio de Bruselas, la campaña está siendo no solo atípica, sino que ha puesto de manifiesto la vulneración de derechos básicos en un proceso democrático como son unas elecciones. Por ello, el gran reto de Catalunya tras el 21-D será recuperar el autogobierno y sus instituciones legítimas y, al mismo tiempo, abordar una vía de diálogo hacia consensos básicos que comprometan a las fuerzas políticas y a la ciudadanía más allá de sus legítimas aspiraciones. Pero no va a ser tarea fácil. Los puentes están rotos y la aplicación del artículo 155, la represión, el encarcelamiento y la amenaza permanente han endurecido aún más las posturas. El independentismo no ha aclarado de manera firme cuál será el futuro del procés y si mantendrá su apuesta unilateral, mientras que el constitucionalismo tampoco ha definido su oferta de reforma ni ha descartado la continuación de la aplicación del 155 si la jugada del 21-D no sale como tenía pensado. Las últimas encuestas dibujan, así, un escenario extremadamente poralizado, sin un triunfo claro ni en cuanto a candidaturas ni en lo que respecta a los bloques. Y, lo más significativo, tampoco hay trasvase de votos entre estos bloques. Ello significa que, en teoría, sería necesario un mínimo acuerdo trasversal que antes del 21-D parece prácticamente imposible. Las incógnitas, por tanto, son muchas más que las certezas con las espadas en todo lo alto.