l as personas somos así, inseguras, preocupadas por el qué dirán, incapaces muchas veces de adaptarnos a las circunstancias tal cual vienen si cambia el guión previsto, si lo que debería ser no es lo que es. Por eso esta mañana, tras unos minutos de duda, me he puesto la chupa de entretiempo a pesar de la nada halagüeña previsión meteorológica. Al fin y al cabo, estamos en verano. Cuatro horas más tarde he estado a punto de morir de hipotermia delante de las cámaras de ETB, en una rueda de prensa callejera de Gure Esku Dago en la que el más desapacible y gélido viento norte ha derribado el cartel de la mani de mañana en Bilbao. Así pues, he subido a casa, he abierto el canapé y he sacado el tabardo más gordo que tengo, prenda que me acompañará hasta mayo de 2018 casi a diario. Dicen que el frío adelgaza y que conserva el cutis, y además no hay nada mejor para valorar el estío que sufrir un invierno vitoriano. Es hora de acurrucarse, de salir a por hongos y de soñar una vez más con el primer marianito al sol. Pongamos, pues, buena cara al mal tiempo, que también nos da la oportunidad de vestir con elegancia, transformar la cama en el más acogedor de los refugios y que nos hace estremecer de placer ante un buen caldero de alubias.