Así que estamos en la carnicería las jefas y un servidor charlando sobre lo de los ascensores a cota cero ahora que uno de los presentes en la conversación tiene el portal abierto en canal y eso nos termina derivando a un tema que en Coronación, más tarde o más temprano, siempre termina saliendo. “¿Y qué es eso que dicen que tengo que pagar 8.000 euros para arreglar la casa? Si ya tengo 86 años, no lo voy a ver y a mis hijos no les voy a dejar más que deudas”. En la charla estamos cuatro personas y una pechuga de pollo y, salvo el animal que no está para decir muchas cosas mientras lo hacen filetes, los otros cuatro tenemos otras tantas versiones diferentes, aunque coincidentes en algún punto, sobre la reforma que de algunas partes del barrio se quiere hacer, cambios, sobre todo, encaminados a mejorar energéticamente estos edificios. Pero que después de tanto tiempo desde que se puso en marcha esta historia, cuatro personas de distintas generaciones de las que tres viven en diferentes puntos del barrio y una trabaja en él no sepamos bien de qué estamos hablando es sinónimo de que algo en todo este proceso no se ha hecho bien, algo falla, más allá de que puedan haberse hecho las cosas con la mejor intención del mundo. El pollo, eso sí, prefiere no opinar.