hasta no hace tanto, cada vez que venía una ola de calor, o de frío, o cuando caía una buena nevada, o no paraba de llover en medio año, o pasábamos semanas sin ver una gota de agua, los meteorólogos tenían que salir a explicarnos que no estábamos ante ningún fenómeno anómalo, ni siquiera reseñable para su ámbito científico. Que cuando éramos pequeños no nevaba más, sino que al ser más bajitos la nieve nos llegaba por las rodillas; que los ciclos de la Naturaleza no son como los de las personas, que tras lo que nosotros percibimos como excepcional se esconde una, no matemática, pero sí constatable periodicidad. Ahora ya no dicen eso. Ahora eso tampoco nos vale, también la incertidumbre se ha apropiado del cielo como lo ha hecho de la tierra en este milenio que con tan mal pie acaba de empezar. En breve va a derivar por los mares del sur un iceberg del tamaño de Cantabria, desprendido del bloque antártico. Arriba también se deshace el hielo, y encima lo hace dejando al descubierto yacimientos de petróleo y gas. Lo que faltaba. Y al planeta le da igual. La Naturaleza no es ecologista ni falta que le hace, se adaptará a las nuevas circunstancias, como siempre lo ha hecho, y de paso nos llevará a todos por delante.