En el Centro de Investigaciones Politicas, CIP, tras largas deliberaciones, se estimó cuál debería ser el perfil de un político ideal: haber cumplido 60 o más años. Bien vestido y buena presencia. Tener dos o más títulos universitarios, y estudios en Ciencias Políticas. Poseer un gran patrimonio. Dominar la lengua inglesa.

Con estudios en Harvard, Oxford o Cambridge. No tener en cuenta si es de izquierdas o de derechas, dado que nuestro filósofo, D. José Ortega y Gasset, manifestó en su día que ser de izquierda o de derecha no quiere decir nada, y que es la mayor imbecilidad por las que puede optar el ser humano. Haber creado y/o dirigido alguna empresa importante con resultados sorprendentes de continuidad. Austero y con gran sentido del humor. Un hombre que exponga claras sus ideas, pensando siempre en el bienestar común.

Todo ello fue acordado por unanimidad, pero dado que iba a ser muy complicado dar con la persona que reuniera las citadas características, se estimó que pudiera elegirse por eliminación, y seleccionar a aquél que más virtudes de las citadas atesorase.

Entre los miembros del CIP, uno de ellos manifestaba que habíamos de huir de los fanfarrones, dado que nadie alardea de lo que le sobra, y que debiéramos evitar a las personas negativas, dado que siempre tenían un problema para cada solución, y que no envidiáramos, dado que la envidia es el homenaje que la mediocridad le rinde al talento. Este ponente recibió un gran aplauso, cerrándose sin más la reunión.