Hay cosas que mi cerebro no acaba de digerir ni siquiera con dosis extras de alpiste del que reconforta la sesera. Con el paso de los años y con el progresivo desgaste sufrido en el cogote, mis entendederas se han espesado ligeramente dificultando así cualquier intento de asimilación de determinados contenidos y posturas. En fin, que lo que quiero trasladar hoy aquí tiene mucho que ver con lo acontecido estos días en las calles de esta sacrosanta ciudad, ensimismada como pocas en su conservadurismo vital, propiciado y jaleado, a su vez, desde púlpitos de anquilosado predicamento. Hay mentideros muy preocupados por la imagen que da la capital de las capitales vascas por la presencia en sus calles de un grupo de okupas, muy bien organizados y con algunos proyectos que merece la pena analizar, a los que se acusa, además de por lo evidente, por ser la reencarnación del mismísimo Satán entre la buena gente de orden. No me creo capaz de justificar la okupación, ni ayer, ni hoy ni mañana, pero el discurso del miedo al efecto llamada con el que se trata de combatir esa forma de autogestión se parece demasiado al que trataba de criminalizar a los perceptores de la RGI, a los que se acusaba de todos los males del municipio con el fin de disimular otras carencias. Lo dicho, me cuesta entenderlo.